De las probabilidades

¿Cómo explicarle el océano a un pez?...

Aún si pudiera tener conciencia de su ser, de su propia existencia, ¿cómo hacerle comprender el agua, el medio en que subsiste?... No está en su naturaleza ésta capacidad ni la necesita para ser pez, así como el ser humano no está capacitado para comprender la misteriosa complejidad del universo, ni lo necesita para ser humano.
Un pez en medio del mar está completo y no requiere nada más, puesto que le rodea su elemento; un hombre a la deriva está en seria dificultad y lo único que en ese momento necesita es una porción de suelo qué pisar, aunque sea un desierto costero, un mar de arena y roca.

La raíz latina del término “desierto” significa “sin seres, sin vida” y para nuestro entendimiento es un lugar inhabitado, despoblado. Estando en alguno de ellos, divisando el horizonte a nuestro alrededor, nos parece que sólo la nada hace presencia y desesperamos por encontrar una brizna de hierba que nos sugiera la existencia de algo, porque no podemos ver que en realidad la vida vibra entre cada roca y cada grano de arena.

Una brizna de hierba se hace notoria en el desierto y la buscamos con ansiedad, pero en una pradera, de repente desaparece en medio de una alfombra verde con trillones de ellas y solamente relevamos el árbol solitario en la colina que se nos antoja como el vestigio de la vida, ignorando además toda planta, todo estanque, todo sendero, como si tan solo hicieran parte del tapiz que le rodea.

Un desfile de hormigas en cambio no ve el árbol porque lo que les atropella es un bosque de hierba y guijarros; un plano tridimensional en el que una gota de lluvia, un trozo de hoja o el brote de una flor son el obstáculo a vencer y la atmósfera imperante ante la que el hombre sólo ve desolación al fijar su atención en el árbol lejano.

Pero no por eso cambiará su perspectiva si lo que contempla es una sucesión de frondosas montañas inexpugnables desvaneciéndose a la distancia, o la infinita región selvática lacerada de ríos, cuyos bordes visibles limitan con el cielo. Esta también será una visión desoladora para quien “vida” significa “ciudad”. Una larga traza de humo ordenado que se eleva desde el espeso bosque es considerada la señal de la vida y su imagen es comparable a la del árbol solitario a campo abierto.

Las impresiones mentales que con ligereza aceptamos, nos dan la idea más simple posible acerca de nuestra realidad espacial en relación con el entorno percibido desde el más evidente contraste inmediato, de tal forma que al considerar una ciudad, descartamos las extensas zonas verdes como parte de ella por no corresponder con la imagen sólida del cuerpo construido que define su actividad. Para muchos, las ciudades son como galaxias palpitantes separadas entre sí por vastos territorios inhóspitos en donde predomina la nada y en los cuales conviene no internarse.

Una fotografía nocturna de nuestro planeta desde un satélite en órbita a 18.000 km de altura, resalta una multiplicidad de puntos luminosos que son las miles de ciudades que el hombre ha construido. Se agrupan en formas y cúmulos ya densos o dispersos cuya luz varía en intensidad, tal como si fuera la vista de algún sector de la bóveda celeste, con los centros urbanos semejantes a estrellas y galaxias diseminadas aleatoriamente en el fondo oscuro, invisible, exánime y vacío. De esos racimos blanquísimos provienen las ondas de energía y el ruido incesante que silencian todo lo demás al obtener nuestra atención en exclusiva, como el estruendo de una orquesta que impide escuchar las puntadas del piano o el golpeteo rítmico de algún espectador.

Aquello que sobresale nítidamente y está relacionado con lo que podemos identificar es generalmente lo único que vemos. Podemos recorrer los lugares más concurridos de nuestra ciudad y sentirnos como el pez en el agua porque dominamos el lugar y comprendemos el bullicio, pero el que produce la multitud de una ciudad extraña en un lenguaje desconocido apenas lo percibimos como un ruido persistente y sin significado, el cual llegamos a considerar como el telón de fondo de alguna frase pronunciada en un idioma que entendemos.

Toda la materia visible en el universo comparada con el espacio en el que se disgrega, representa una cantidad insignificante y sin embargo es ella la que sobresale y expresa su vitalidad, condicionando nuestra valoración en una proporción muchísimo mayor a la que le conceden las matemáticas con los datos que no logran prevalecer sobre nuestra impresión visual, y en cualquier caso, relegando la oscuridad que por contraste la intensifica, al simple vacío desértico que nos dicta nuestra impresión conceptual.

Pero gracias a la ciencia del último siglo ha sido posible saber que éste aparente espacio vacío se encuentra pletórico de vida de distintas clases, comprensibles e incomprensibles, que son todo un desafío para nuestro intelecto. La primera evidencia se manifiesta en la forma de energía que mantiene interconectada y en ordenada evolución a la materia y es el océano en el que está sumergida, al cual se le denomina “espacio-tiempo” puesto que ambos conceptos son relativos entre sí y conforman la cuarta dimensión conocida, que se hace evidente por la forma en que reacciona a la presencia de la materia, de forma comparable al efecto que produce en el agua el movimiento de un pez.

La interrelación entre materia y energía es la consecuencia de la constante transformación de sus elementos básicos. Una y otra son en esencia la misma energía vibrando en distintas frecuencias e intensidades que según las condiciones de asociación pueden generar cuerpos sólidos o gaseosos, sonido, calor, electricidad, luz, etcétera, además de otro tipo de componentes que parecen necesarios para asegurar el equilibrio entre ésta energía y su opuesto negativo como es el estado de antimateria, el cual puede concebirse a partir de la intervención de otras dimensiones espaciales que están más allá del conocimiento humano, en las que también interactúan campos de energía supra espectrales construyendo una realidad con sus propias expresiones de vida.

Para la comprensión de esta circunstancia es necesario relacionar los conceptos de la relatividad y la mecánica cuántica que son inherentes a las partículas en su actividad individual e interdependiente a través de múltiples niveles y realidades paralelas, en las que se recrean para conformar el aspecto más denso de ese todo unificado del que hacemos parte cada uno de nosotros, formados también por esas minúsculas partículas entre las que fluye la energía que las une, como si los cuerpos fueran un cardumen de peces compactados por el mar.

El universo es entonces como un caldo compuesto por multiplicidad de ingredientes que se manifiestan según su lugar y propósito, en el que son más evidentes los que se asemejan a la propia naturaleza del observador, con lo cual no es acertado pensar que en los lugares más despejados de ese caldo falte alguna manifestación de la vida y mucho menos en los más densos y patentes sólo porque no podemos divisar el rastro que nosotros dejaríamos.

El método científico no permite concluir la existencia de vida en los confines del universo sin la apropiada comprobación, pero al inicio del proceso se formulan las hipótesis basadas en probabilidades, que para el caso de las civilizaciones comparables a la nuestra está basada en la ecuación presentada por Frank Drake, en la que intervienen siete factores que condicionan un estimativo realizado con las cifras más pesimistas. Con ella se pretende suponer el número de civilizaciones tecnológicamente avanzadas que podrían hallarse en nuestra galaxia la Vía Láctea:

1- Número de estrellas en la galaxia = 400.000’000.000. Cuatrocientos mil millones

2- Estrellas con un sistema planetario, (1/4) = 100.000’000.000. Cien mil millones

3- Planetas apropiados para generar vida, (2 x sistema) = 200.000’000.000. Doscientos mil millones

4- Planetas con condiciones para la evolución, (1/2) = 100.000’000.000. Cien mil millones

5- Planetas con vida inteligente, (1/10) = 10.000’000.000. Diez mil millones

6- Planetas con una civilización tecnológica, (1/10) = 1.000’000.000. Mil millones

7- Civilizaciones que no se autodestruyeron, (1%) = 10’000.000. Diez millones

¡Millones! de civilizaciones con tecnología de comunicaciones en la Vía Láctea. Aún si los estimativos fueran más pesimistas, contando con un millón, o cien mil… o mil civilizaciones, es una gran cantidad de vida inteligente, sólo en nuestra galaxia, que es una entre trillones en el universo conocido.


Pero entonces surge la pregunta más natural: ¿Por qué no hemos tenido noticia de alguna de ellas? Y la respuesta puede estar entre muchas posibles, relacionadas con nuestro estado de conciencia o de evolución, o de comprensión, de tiempo, de espacio, de conveniencia e incluso por nuestra negativa para reconocerlas si se han presentado. Nuestra inteligencia no se ha elevado lo suficiente para concebir unas razones más profundas con las que no hemos lidiado. Somos como peces en este océano universal que entendemos a nuestra manera, observados por las aves que no pueden explicarnos que para abarcarlo un poco más, es necesario saltar sobre las olas de la superficie para transformarnos en los anfibios del siguiente paso en la evolución.

0 comentarios :: De las probabilidades