De la casa y el árbol

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La casa y el árbol pueden representar de forma simple los dos opuestos complementarios que forman parte de la vida en sus múltiples facetas, el yin y el yang… luz/oscuridad, absoluto/relativo, interior/exterior, silencio/ruido, calor/frío, concreto/abstracto… el sistema binario, la simbiosis por la que se juntan e interrelacionan como una imagen contextual del mundo y sus propiedades, de todo lo que infunde en el hombre lo material y lo espiritual; es la imagen de la totalidad, de la felicidad completa.



La casa:

Es el espacio humano básico, el hogar, simboliza a la madre y la matriz porque es la mujer su gestora natural y el primer lugar que habita cada individuo, el cual durante sus primeros años aprende a relacionarlas conjuntamente creando una imagen en la que la madre y la casa son el universo primario del que provienen las primeras experiencias del aprendizaje de la vida, vertiendo un torrente de información en el subconsciente como base de su personalidad, por lo que es la casa el lugar íntimo y privado que propicia la introspección y la reflexión, el espacio que concentra los bienes esenciales, el bienestar, el poder de integración de los pensamientos, los recuerdos y los sueños.

Sin este concepto maternal no se puede considerar la casa como el lugar que proporciona el necesario recogimiento de las personas ya que no es el objeto físico lo que llamamos hogar, pues no es posible considerar cualquier casa de esta forma sino sólo la que hemos hecho parte integral de nosotros mismos, a la que le conferimos la condición de refugio, la que nos brinda total libertad y sentido de pertenencia, esa que es nuestra propiedad y por ello nos permite la mayor sensación de seguridad, complementada por el hecho de ser conocida y racionalmente abarcable.

La casa es la certeza en cuanto sus cimientos le dan la estabilidad y la conexión con la tierra que transmite a quienes la habitan, aunque su aspecto relativo prevalece en su conformación interior, comparable al subconsciente, en donde los espacios habitables e iluminados están dispuestos convenientemente al igual que los rincones ocultos y poco transitados, el mobiliario se ha escogido y ordenado para enfatizar su carácter, las ventanas se han situado y dimensionado para controlar la entrada de luz y ruido y todo ello se mantiene con algún grado de aseo que en su conjunto acentúan las cualidades que le proveen al hombre su identidad y autorreconocimiento, a partir de las cuales establece su lugar en el mundo y se proyecta hacia él.

En el hombre contemporáneo se han incrementado las cualidades de la casa como parte de esta identidad propia porque es el entorno más inmediato y frecuente que le influye espontáneamente y así mismo, contribuye en la construcción consciente de sus rasgos materiales siendo la representación física de su deseo fundamental. La casa se interpreta de manera prosaica a través de su estructura de sólida geometría; la plomada evidencia su equilibrio estático, la escuadra su rigidez ortogonal, aun así es el objeto tangible que debemos conseguir y podemos modificar como referente de nuestra actividad y proceso en la vida, del logro individual; la pertenencia dependiente por completo de nuestra acción sobre ella que la conduce al progreso o a la entropía.

Más allá de la estancia, la casa está llena de significados puesto que es el elemento vital del ser humano, la extensión del yo, nuestro rincón en el mundo, el ámbito en el que practicamos los primeros conocimientos y desplegamos nuestro intelecto, el sitio en que creamos y compartimos el núcleo familiar y plantamos la semilla del hombre futuro. El hogar es el principal apoyo de nuestra evolución, el germen de los sueños, el símbolo de nuestra unión conyugal y la simbiosis con el exterior. Es la imagen del amor pasional y romántico, la escuela de fraternidad, la noción de la creatividad humana…

El árbol:

En él se encuentra resumida la naturaleza, que respecto del conglomerado humano es el espacio exterior, inconmensurable, del mundo dominado por los elementos que aportan su poder y facultad para fertilizar la simiente que el árbol produce, en un procedimiento equiparable al masculino, ya que su responsabilidad reproductiva culmina al momento en que ésta es expulsada en excedentes cantidades, pues sólo unas pocas podrán generar nueva vida, permaneciendo abstraído en su natural autosuficiencia aunque involucrado activamente en el ambiente disperso donde se arraiga firmemente, penetrando en la tierra por recíproco beneficio y reafirmándolo como símbolo paterno.

El árbol no está estático. Asentado en el terreno extiende sus ramas en dirección al cielo solicitando sus bendiciones de agua y luz e intentando conectar la tierra con el universo inabarcable que le ha compartido su paciencia, con la cual ha conseguido una estampa etérea y perenne que parece transmitir la sabiduría del mundo expresada en la gracia y belleza natural de su configuración orgánica en continuo crecimiento imperceptible, formando una estructura estable pero flexible que se adapta a las condiciones de la atmósfera que le afecta e interactúa con ellas evidenciando la presencia de la vida en constante transformación, como lo es en la totalidad del mundo que representa.

La imagen que el árbol proyecta trasciende las fronteras de lo físico y por tanto hace referencia a lo inmaterial, el estado intangible de los seres vivos que es el plano espiritual, confiriéndole una posición destacada como objeto de inspiración para el hombre, quien a través de él y de todas las manifestaciones de la naturaleza, percibe la existencia de una inteligencia superior de la que hace parte al igual que el mundo físico que le rodea, el cual le infunde una sensación de inseguridad, de vértigo por su vastedad y magnificencia inconcebibles, a las que profesa una gran admiración basada en la incertidumbre.

El entorno natural en el que está implicado el árbol conformando una unidad, le provee al ser humano en abundancia con todos sus bienes, por lo que aquel es para éste el espacio vital e imprescindible que le permite su existencia y al cual se ve subordinado. Aquí encuentra los medios para desarrollarse en comunidad ya que está en el lugar destinado a la colectividad que lo trabaja para su progreso y evolución; aquí también se acerca al prójimo con ánimo extrovertido participando de las múltiples facetas que esta interacción involucra en útil y provechoso intercambio material e intelectual, alimentando su psicología y predisponiéndole a la acción, que es para lo que el ambiente exterior se presta naturalmente, asociándolo con el estado de realización consciente.

Aunque aparentemente aislado en su hábitat, el árbol participa en él con un vínculo interdependiente que excluye para su existencia la labor humana, por esto su valor intrínseco supera al material y caracteriza al espacio exterior. El hombre en su actividad va transformando este espacio y construyendo la sociedad del futuro acercándose cada vez más a los parámetros que el mismo medio le impone, como una alta valoración de la dignidad humana, el respeto incondicional por el mundo, el interés por el crecimiento común, el amor social fraterno, la unión con Dios.

La casa y el árbol

La imagen que comprende esta dualidad está instalada profusamente en la mente del hombre y en el mundo que habita; casi no existe una casa que no comparta su situación con algún árbol ya que son mutuamente incluyentes para el bienestar físico y psíquico del hombre. Causa desasosiego la visión de una casa en medio de una pradera sin árboles así como la de unos pocos árboles en lugares muy apartados, si no hay presencia humana en ellos, la casa se deteriorará pero el árbol se expandirá; ella ha sido construida por el hombre y lo necesita, la naturaleza no. En la casa el ser humano es señor y dispone de la medida de su tiempo, pero en la naturaleza es siervo, imposibilitado de intervenir en el transcurso de los eventos universales. Expectante el hombre ante la infinitud exterior y su dimensión temporal, se ve abocado a experimentar el silencio que proviene de su magnitud, el cual está inspirado desde afuera, en contraste con el silencio que se instala a veces en el interior de la casa, al que se entrega en una experiencia que proviene de la inmensidad de su ser íntimo.

Este contraste permanente es un motor del intelecto y está presente en cada hecho y circunstancia. La imagen de la casa (interior) y el árbol (exterior) se fortalecen al intensificarse sus condiciones propias y su definición está condicionada por el opuesto relativo: la casa es tibia porque afuera hace frío, es fresca porque afuera hace calor. El concepto de espacio interior se refuerza porque hay un espacio exterior. La imagen de la casa supone la introspección, el hombre está contenido, reflexiona; fuera de ella está disperso y actúa, cuanto más encerrado está un hombre en la casa, más fuerte se expande al salir de ella.

Un árbol al lado de una casa son un contraste evidente, como una buena poesía al lado de una buena prosa, también se complementan y enriquecen. Un árbol sembrado en el patio hace parte de la casa, pero también lo es al observarlo a través de la ventana aunque no haga parte de la misma propiedad. De otro lado, la casa hace parte del entorno que representa el árbol ya que es parte del mundo y a él le debe su existencia. El árbol la ha provisto con su madera y su fruto, ha contribuido con su calor… en cierta forma, la casa también es el árbol transformado y éste, también un hogar, la casa de las aves. Para un ave, el árbol es el vestíbulo del nido, y el nido como la casa, representan la confianza hacia la vida, son un acto de fe en el mundo.


El ser humano vive para tener una casa bien provista, mantenerla y extenderla, ese es nuestro primer símbolo del bienestar, pero también busca complementar este bienestar con otras experiencias que están en el entorno, ese es nuestro símbolo de la felicidad completa. Con frecuencia olvidamos que la felicidad completa no está totalmente bajo nuestro control ya que la casa en la que somos señores, está condicionada al árbol. Nos empeñamos en condicionar el árbol a nuestra casa olvidando también que ante nuestra ausencia, ella entrará en un proceso de entropía y el entorno la adoptará.


Estamos inmersos en un ambiente simbiótico que implica reciprocidad y esta idea aún no se nos acomoda porque seguimos buscando el lado en donde podremos sólo recibir, ignorando que el universo funciona bajo leyes cíclicas de las que no estamos exentos. A veces nos parece lógica esta actitud porque en nuestra pequeñez, estimamos inagotables los recursos que provienen de un hábitat desmesurado que sin duda está allí para nuestro provecho y no a la inversa. Los tiempos modernos exigen del hombre que supere y trascienda esta idea y que considere preservar además de la casa, al árbol.