De la razón áurea

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La sabiduría necesita de la belleza para manifestarse y ya sabemos que la belleza responde a formas, relaciones, proporciones y conceptos bien definidos. La estética es la manifestación del orden y por supuesto, el universo es una organización compleja en perfecto equilibrio que experimentamos directamente al participar del entorno en el que vivimos, descubriendo su naturaleza.

El mundo que nos rodea no es tan solo una construcción física, al igual que nosotros mismos, pues somos mucho más que eso. Nuestra razón de ser se arraiga en el terreno profundo de las sensaciones, los pensamientos, las percepciones, las intuiciones, que se dispersan y comunican entre las múltiples dimensiones espaciales evidenciando su existencia al dejar su huella en cada elemento. Todo a nuestro alrededor se expresa en distintos lenguajes simultáneos, interconectados a partir de la misma ley natural que hemos podido reconocer, quizás someramente pero al menos lo suficiente, para admirar su belleza hasta el punto de presentir que tras su perfección matemática hay un origen excelso.

Al usar la proporción áurea o su progresión en los campos del arte, es posible acercarse al más elevado lenguaje que impregna los elementos de la naturaleza y por lo tanto, sintonizar cada obra con la frecuencia de vibración latente que predomina en el origen de todo lo creado, permitiendo así una comunicación expedita con las personas que experimentan similares matices en su psicología y confiriendo a los que permanecen más distanciados de esta cualidad, una ventana hacia su comprensión y valoración.

Phi φ puede considerarse como un patrón de comunicación e información. Una clave que se encuentra presente en las más diversas manifestaciones: En la progresión matemática de la escala musical, en el espectro de color en la luz y el de frecuencias de ondas (utilizado en la modulación de señales de radio y televisión), en las proporciones del cuerpo humano y de los animales así como la composición física y generativa del reino vegetal, en los cristales que forman minerales con la base geométrica del tetraedro y el dodecaedro, en la construcción del genoma humano en el ADN, en la conformación de los sistemas estelares y las espirales galácticas, siendo éstos algunos de los más referenciados ejemplos entre la multiplicidad existente.


Phi φ, la proporción áurea, es el número irracional (1+√5)/2 = 1.618033988...

Una línea dividida en dos segmentos desiguales donde la longitud del menor en relación con la del mayor es igual que la de éste con respecto a la línea, demuestra la simple belleza de la proporción áurea en la que se requiere siempre que una parte sea el 0.618033988... de la longitud de la otra para que esta ley se cumpla: (a+b)/a = a/b = φ.

Siendo la arquitectura un arte mayor en el cual se involucran altas dosis de técnica y funcionalidad, es común en su ejercicio creativo darles prioridad a estas cualidades, descontando aquellas que le conceden un mayor significado, provenientes de los conceptos psicológicos, sociales y humanísticos que, por el contrario, frecuentemente se adoptan en otras artes cuya práctica de fuerte componente abstracto les permite acercarse a ellos sin renuencia, puesto que casi exclusivamente, su objetivo es la comunicación del lenguaje del alma, al cual debiera valorar más especialmente el arquitecto, teniendo en cuenta que su responsabilidad social trasciende, a partir del espacio construido, al equilibrio emocional y psíquico del colectivo humano y por lo tanto también al desarrollo social y cultural.


Aunque la proporción áurea resulta en una expresión estética, hay que notar que su razón es básicamente funcional. La disposición espiral de variadas semillas, como en el pino y el girasol para intensificar su exposición y aprovechamiento del espacio, la de las hojas alrededor del tallo de las plantas para maximizar la fotosíntesis o la del caracol en su crecimiento y movilidad, la geometría en la colmena, el ojo de los insectos o los cristales del agua, la proporción entre las falanges de las extremidades en los animales para potenciar su movimiento y la correlación de su descendencia en los géneros más fecundos, el orden de las vibraciones de los espectros sonoro y lumínico que permiten la coexistencia de múltiples ondas de frecuencia sin interferencias...

Casi en cada aspecto del orden natural se encuentra esta ley áurea como base de su estructura, y esto ocurre a todas las escalas por la propiedad fractal de las partículas integrantes, caracterizadas por su manifestación y precisión geométrica. Esto es fácilmente apreciable en la inscripción del pentángulo o estrella de cinco puntas dentro de un pentágono, conformando éstos una figura compuesta o pentáculo, cuya propiedad geométrica es la proporcionalidad áurea de sus líneas y segmentos componentes, la cual puede anidarse en sí misma, cambiando su escala pero siempre en la misma proporción, infinitamente.

Profundizando en la comprensión de esta inteligencia natural unificada en las manifestaciones de la vida, que es Phi, el ser humano se conecta con su conciencia más elevada para restaurar el significado de su oficio de una manera más acorde con la realidad y dignidad humanas. Este conocimiento ha tomado cada vez más relevancia para su aplicación en nuestras actividades cotidianas y con más razón, en aquellas que hacen parte de las expresiones en el arte, particularmente en la arquitectura por su carácter más comercial, en cuyo desempeño se atiende casi exclusivamente al lucro y el ego individual, descuidando la múltiple responsabilidad que implica construir el entorno en el que todos habitamos.

Armonía fractal en clave de Phi Ф

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Todos los conceptos, todos los idiomas, todas las palabras son insuficientes al momento de explicar la idea del todo unificado que es la creación universal; y no tan solo en cuanto a su conformación física, sino más especialmente por la cualidad vibratoria latente que la origina y se manifiesta en el pensamiento, la conciencia e inteligencia de su propio ser, caracterizado por el amor y la sabiduría, por la energía y el poder, entre los más cercanos aspectos que podemos comprender cuando nos referimos al Uni-Verso que es Dios. Sin embargo, con las herramientas que nos ofrece nuestro intelecto, al meditar sobre la naturaleza de todo lo que existe, alcanzamos a experimentar el sobrecogimiento y la admiración ante su magnificencia y la complejidad que logra a partir de lo más simple.

Antaño filosóficamente y hoy también científicamente, conocemos que el elemento base, la partícula primigenia, no es en realidad una partícula sino que más bien se puede definir como una idea que tiene la capacidad de manifestarse en cualquier forma. Cualquier cosa material e inmaterial en todas las escalas, ya sea microscópica o cosmológica, está compuesta por los mismos elementos que hacen parte del todo, como un océano de vibración inteligente cuyas gotas pueden ora formar parte de la luz, del sonido o el calor, de una emoción, ora también de una nube, de un árbol, de un ave... como parte de un cuerpo celeste o del espacio que los conecta, adaptada en intensidad y frecuencia según su interpretación dentro de una composición particular armónica.

Para que tal infinidad de elementos tengan la facultad de interactuar en perfecto orden y equilibrio para un propósito evolutivo coherente con el todo y a la vez de forma libre e independiente, el universo en su sabiduría ha creado un lenguaje preciso al que se adaptan todos los procesos y componentes en una espiral de fractalidad: Es el lenguaje de Phi φ que se manifiesta en armonía geométrica y matemática de manera formal y funcional en su diversidad estética y lógica, para indicar la pauta de las proporciones apropiadas que deben componer la estructura del mundo. Su propiedad fractal es consecuencia de este mismo orden, puesto que la construcción de un patrón solo puede derivar en la acumulación de una progresión geométrica que cambia de escala pero mantiene su integridad.

La naturaleza es el libro abierto que nos ofrece la información que necesitamos para participar en la construcción del mundo desde nuestra perspectiva humana en simbiosis con ella, como nuestra generadora y benefactora, cuyas leyes no debemos descuidar en tanto nuestro interés sea su preservación y nuestro bienestar. Todo lo que el hombre ha aprendido se lo debe al mundo que habita, que le ha provisto con el conocimiento para encaminar su desarrollo, tanto mejor obtenido cuanto más se ha acercado a imitar sus métodos en los diversos campos de la ciencia, la técnica y el arte.

El artista tiene una participación preponderante en la estructuración de la mentalidad y psicología humanas dado que el lenguaje abstracto del arte influye directamente en el subconsciente, el cual es factor del progreso cultural. El arquitecto además, es el creador del entorno en el que habita el ser humano, por lo que puede decirse que la arquitectura es el espacio artístico funcional en el que se involucran cotidianamente las personas, experimentándola individual o colectivamente tanto en sus características espaciales como temporales, de tal forma que resulta en alto grado responsable del bienestar físico y el equilibrio psicológico social que generan las condiciones para relacionarse en comunidad, de acuerdo con el modelo que presenta el ambiente en el que se vive.

Cuando están en un lugar bien diseñado, las personas en general ni siquiera lo notan, ya que en la comodidad no es frecuente reflexionar sobre las cualidades del espacio y en cambio, la atención se centra en disfrutarlo. Por el contrario, en un espacio deficientemente diseñado, con características evidentemente negativas en cuanto a su conformación, iluminación, color, temperatura, etc, no es posible ignorar cierta incomodidad. La buena arquitectura pasa inadvertida y no es el resultado del ego profesional sino de un legítimo interés por el bienestar de quienes la habitan.

La geometría es herramienta principal en la composición espacial. El uso apropiado de sus proporciones en conjunción con la funcionalidad y el manejo de la técnica, incrementa las probabilidades de obtener un buen diseño. Apreciar las manifestaciones de la Proporción Áurea y la progresión de Fibonacci definida mediante el código Phi φ en las diversas expresiones de la naturaleza para aplicarlas a la creación artística y arquitectónica, será de provecho y sentido común en la obra estética y funcional que alimenta el espíritu.

Un verso creador

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Un arquitecto emprende el diseño de un proyecto nuevo enfrentado, él solo, a un espacio dispuesto a ser transformado al igual que un pintor y un escritor lo hacen frente al lienzo o el papel en blanco; al igual que el escultor ante la piedra en bruto y el músico ante el silencio, materia ansiosa por servir de soporte a un nuevo mensaje que el artista develará componiendo la obra que ya existe integrada en ella. En el acto de crear, lo imaginado se hace realidad al tomarlo del espacio de posibilidades infinitas en el que habita la mente y darle vida es sólo la convergencia y organización de sus elementos. El creador de una obra se aísla para que su mente se enfoque y conecte con la afluencia de la inspiración, puesto que no crea solo y de hecho no es más que un instrumento del verdadero creador, que es el pensamiento activo.

Un artista está en el proceso de crear. Se ha aislado para concentrarse en ello y dispone su mente para el diálogo con la esencia de la que recibe la información que necesita. La inspiración es un estado de gozo accesible por el amor y la confianza hacia la sabiduría superior que interviene. Es un estado de apertura y receptividad, de activación en la frecuencia apropiada, de equilibrio entre pensamiento y emoción, de meditación… Es dejar hacer, permitir el flujo libre de la mente creadora en nuestra dimensión, el juego de los elementos que disponen lo mejor cuando se les permite hacerlo desde un estado de receptividad. La buena creación es fácil, simple, fluye sin esfuerzo porque es el estado natural del ser, la alegría de hacer lo maravilloso porque se cuenta con todo, con lo más excelso, lo mejor.

La inspiración es un estado de compenetración con el todo, que es sabiduría y generosidad sin límites, en el que participar de la creación es tan sólo tomar los elementos correctos de esa fuente inagotable y componerlos para un propósito particular en un trozo de existencia. La inspiración es fe en acción y su producto una evidencia del amor. No se puede crear sin acudir a estos sentimientos. La fe es alegre, divertida, sorprendente, no convencional, es el agua fresca del creador. El amor es compasión y revelación, el terreno fértil donde crece la semilla de la obra creada. Darle vida con los elementos esenciales es hacer arte. Por la inspiración, el poeta accede al lenguaje de la comunicación con la poesía del universo para transmitir en palabras mundanas la comprensión del acto que modela constantemente nuestra realidad.

El arquitecto crea para otros a la vez que lo hace para sí mismo ya que está construyéndose a partir de su obra. En esa medida todos somos arquitectos de nuestra propia vida y mientras construimos para nosotros, lo hacemos también para todos, pues todos comparten con nosotros el mundo. Los espacios construidos por un arquitecto son el lienzo sobre el que quienes los habitan, construyen su mundo. Un artista siente el deseo de comunicar una idea o una emoción, decir algo que piensa sobre alguna cosa en particular desde su capacidad comprensiva y su obra puede convertirse en un referente que influye sobre otras personas en el aspecto psicológico, cognitivo o abstracto, pero con la capacidad de transformar los parámetros mentales y consecuentemente, el desarrollo de sucesos. El arte como tal, puede ser condición o base para la construcción de vida desde una perspectiva espiritual e intelectual que sin duda es alimento importante para el perfeccionamiento del ser y las realizaciones que contribuyen a la evolución colectiva. La arquitectura contiene esta faceta del arte pero también un aporte funcional que se acerca a la psiquis humana por medio de la experiencia vivencial. La creación se traduce en orden y el orden físico es la manifestación del orden mental.

Diversas expresiones del arte son también ciencia porque involucran en su propósito el elemento funcional o técnico. Así como el arte es el resultado del conocimiento traducido mediante el lenguaje subjetivo, la ciencia es el resultado del mismo conocimiento traducido en un lenguaje cuantificable y objetivo, complementándose mutuamente en la búsqueda de las verdades que se hallan en la sabiduría del universo. El arte es el producto de la ciencia; cuando todo se ha comprendido mediante el estudio y la investigación científica, cuando en nuestro cerebro el hemisferio serial ha concluido, sólo queda espacio para la experiencia de nuestro hemisferio paralelo. Cuando la ciencia ha concluido su labor, el resultado queda plasmado en la vivencia del mundo, la cual es arte puro y creación en movimiento. El arte, la ciencia y la experiencia espiritual son sólo distintas formas de acercarse a la comprensión de la vida. El científico es un develador de la física y la mecánica del mundo; el artista es un mensajero del lenguaje que no puede reconocer la ciencia.

La mejor poesía de los últimos tiempos ha sido escrita por la ciencia al adentrarse en las profundidades de la mecánica cuántica. Cuanto más se intenta descubrir el secreto resguardado a escala subatómica, tanto más se diluyen los preconceptos teorizados, porque en el esfuerzo por encontrar los componentes más elementales, los ladrillos con los que está construido el universo, la ciencia ha entrado al campo de lo intangible, lo inmensurable y relativamente incomprensible. Al penetrar en el universo del átomo con el alcance de la tecnología actual, se pierde el rastro de sus partículas, o mejor, el rastro es lo único que se encuentra y por esto se deduce que ellas existen aunque aún no ha sido posible observarlas, tal vez porque a esta escala ya no pueden considerarse como materia sino como expresiones electromagnéticas que se manifiestan individualmente únicamente cuando no se las busca, pues su particularidad es ser un campo de ondas de energía que se sitúan en todos los lugares a la vez.

Esa es la poesía de la realidad que le ha correspondido declamar a la ciencia, ante la cual los científicos que tratan con sus estrofas están de acuerdo en afirmar que el nombre de “mecánica cuántica” con el que se le identifica, a la luz de los descubrimientos está errado y no representa la realidad de una dimensión que de mecánica no tiene nada, pues todo lo que existe, tangible e intangible, visible e invisible, humanamente perceptible o no, está formado por estas partículas difusas y evasivas, de gran complejidad en su simplicidad y de multiplicada presencia en su singularidad puesto que son a la vez individuales y parte del todo que es este campo unificado de información que llamamos universo, el cual se manifiesta en cambiantes facetas, riqueza y variedad pero siendo uno solo, un solo cuerpo, una sola alma, un solo océano, existente también por completo en cada una de sus gotas.

El universo es una obra de arte. El Universo ES: Un Verso.

Entenderlo por la razón de la ciencia nos deja espacio para presenciarlo y traducirlo en la experiencia que es el arte de vivir, durante la cual construimos nuestra obra particular impregnada con nuestra capacidad de contemplación. No se puede llegar a cierto grado de comprensión vital del universo sin entrar en los dominios de la espiritualidad porque ella participa en los niveles más altos del ser, que es donde empieza a perderse el peso del intelecto. Allí está la ionosfera de la mente que colinda con el espacio extrasensible al que es preciso ingresar con el atuendo apropiado si queremos participar en él aunque sea por momentos, pero este traje como cualquier otro es apenas la apariencia, porque en el fondo y a pesar de la rara sensación que produce el hallarse a esas alturas desconocidas, descubrimos una correspondencia evidente entre aquel ambiente que creíamos hostil y éste al que estamos acostumbrados. En su esencia e inasible definición, sabemos desde muy profundo que ambos son en realidad lo mismo y que son el mismo.

Como es arriba es abajo, revelan las escrituras de todas las culturas humanas cuando se refieren al universo que sin exclusión de cosa alguna, lo afirman como potestad de Dios, autor de su existencia por virtud de La Palabra proferida, que ha resumido en un verso el poema de la creación. De ellas extraemos que los atributos de ese Ser Único que es el creador de todo, escapan a nuestro entendimiento, pero en el esfuerzo por comunicarnos de una forma simple algunos de los más asequibles, hemos conocido por ejemplo que:

· Es omnipotente, o sea el único que tiene la capacidad de realizar todo por su propia voluntad y juicio.

· Es omnipresente, pues está en todo lugar y en cada ser del universo, “en la tierra y en el cielo”, es decir en cualquier dimensión sin límite en el espacio.

· No está limitado por el tiempo, es eterno y no tiene principio ni fin. Está en el pasado, el presente y el futuro, siempre, simultáneamente.

· Todo está en Él, por tanto también cualquier dualidad en la que lo negativo y lo positivo tienen un propósito claro de polaridad positiva resultante, que se conoce como evolución.

· Todo lo sabe. Él conoce lo que está en el pensamiento de cada individuo, o sea que es el pensamiento; no se le puede engañar, nada sucede sin que Él lo sepa, incluso antes de que ocurra, por su condición intemporal.

· Es la luz que ilumina el universo y es amor en acción. Luz y amor son la energía del universo, pero el amor entendido como la fuerza de la inclusión entre partes que se interesan mutuamente, que es su real significado.

· Es la justicia. Toda causa tiene su efecto, nada ocurre por casualidad pues todo responde a una ley. Nada pasa inadvertido por estar compenetrado con el todo.

· Es abundancia y generosidad ilimitadas. Como poseedor de todo, comparte sin medida con “sus hijos”, a quienes siempre escucha porque como tales, hacen parte de Él mismo.

· Es espíritu y agua de vida. Elementos esenciales para la creación de vida en las dimensiones conocidas y por conocer. El espíritu es una naturaleza de sabiduría y elevación activa, inconcebibles para el intelecto humano.

· Es la perfección. Y la mantiene al perfeccionarse continuamente. No tiene defectos ni contradicciones, es solo que Dios no se puede comprender, no se puede discutir, no es cuestión de mente sino de un corazón profundamente abierto.

De alguna manera, el hombre de todas las culturas tuvo acceso a esta información en el curso de la historia. Le fue dada o inspirada por algún factor a nombre de la sabiduría que precisaba explicarlas de una forma comprensible para la naturaleza del destinatario, teniendo en cuenta que no existe otro tema más impenetrable y complejo que la razón de la vida y su origen, pero siendo imprescindible enseñarla para dejar una guía necesaria como eficiente contrapeso a las acciones de una sociedad de individuos de carácter débil y proclives a las bajas pasiones que derivan hacia la entropía y en nada aprovechan para su propio crecimiento, el cual es uno solo con la abundancia de vida que hace parte del universo.

Un mensaje así solo puede transmitirse mediante analogías, indicaciones que logren su cometido. El mensaje de Dios para el ser humano es comparable a la instrucción preescolar con respecto a la avanzada; no se puede informar a un niño sobre materias universitarias, hay que seguir un proceso hasta alcanzar la capacidad para entenderlas. Esto es un hecho que va más allá del interés en el conocimiento, ya que biológicamente estamos limitados al actual estado natural basado en el carbono, que es el elemento fundamental en nuestro ADN, el cual, como se ha descubierto, puede transformarse mediante un cambio consciente gradual y colectivo hacia el siguiente paso evolutivo basado en el silicio, a donde las futuras generaciones llegarán en la medida que comprendan la información de esa “etapa universitaria” a la que tendrán derecho, que para el caso es establecer contacto con el tipo de entendimiento que será soporte de un renovado estado mental en el que el péndulo cerebral se inclina un poco más hacia su hemisferio paralelo.


Si “como es arriba es abajo” se hace evidente en la correspondencia entre el universo subatómico y el celeste, que a pesar de hacerse ambos inalcanzables en su dimensión y naturaleza desde los lenguajes del arte y la ciencia, ellos mismos entrelazados en una espiral de progresión espiritual nos muestran que los atributos de Dios están todos presentes y son esenciales del universo, que estando ligado a su condición fractal, en la que sin importar cuánto nos apartemos o penetremos en su estructura, podemos vislumbrar al propio universo como el Ser de Dios en toda su expresión, en cuerpo y mente, en materia y energía como parte de su manifestación de sabiduría infinita e inteligencia consciente motivada por el amor y la fe. Al establecer contacto con Él por medio de la sensibilidad más profunda, es posible percibirlo, contemplarlo y experimentarlo desde sus atributos más abstractos, que son los que consideramos más “humanos”. Dios es todo y todos somos parte de Él. Él nos da la vida y para su propósito debemos vivirla.

Dios es su propia obra de arte. Dios ES: Un Verso.

Muchos sabios y profetas nos han compartido las pautas para que con un poco de interés y persistencia se encauce el camino hacia Dios, nuestra unión con el universo a la altura de la evolución. El más excepcional de los iluminados que se ha manifestado en el mundo e inspirado a los hombres hasta el punto de dividir la historia en su nombre, hablaba sobre la forma de llegar a Dios con la frase: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino a través de mí”. Con esto Jesús nos indicaba que para conocer a Dios había que ser como él, poniendo en práctica lo que enseñaba como única forma de acceder a la iluminación. Afirmaba que hacemos parte de Dios y tenemos acceso a su naturaleza cuando decía: “Yo soy el hijo de Dios y todos vosotros también sois hijos de Dios”.

Todo hace parte del universo consciente y sabio que es el único Ser Creador. Para estar en contacto con su esencia infinita solo hay que entrar en nuestro silencio interior y escuchar con atención cómo surge una sinfonía de la que tomamos nuestra propia partitura para interpretar el instrumento que nos ha correspondido en la composición de esta obra de arte que es la vida.

Veredas

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Todavía hoy para muchos, aunque no sé si la mayoría, los primeros años de existencia son la década feliz en la que nos sumergimos a vivir en la experiencia plena de cada momento presente con total confianza y disposición constructiva, tras la cual comienza el adiestramiento sustancial: Las instrucciones son completar la educación básica aceptando sumiso la doctrina infalible, estudiar una profesión popular que permita producir bastante dinero para comprar la felicidad, formar un hogar en el que cuidar hijos y mascotas mientras se van adquiriendo tantas cosas como sea posible, sin olvidar sustituirlas incesantemente al ritmo de la moda, como parte importante en la búsqueda del goce sensual al que se rinde el concepto de vivir plenamente, el cual aplicamos casi exclusivamente a los momentos de diversión que se puedan acomodar entre los espacios que deja la dedicación al trabajo obligado. Pensándolo bien, no podríamos asegurar cuál de estas dos etapas es la de nuestra experiencia infantil; damos por sentado que madurar es entrar a participar en la competencia a muerte por la supervivencia de los más aptos, que son por supuesto quienes cuentan con la mayor capacidad de compra en una sociedad donde todo tiene precio. Madurar es practicar el egoísmo, el odio y la mentira que se impugnan hipócritamente en los tratados de ética, pues está comúnmente acordado que son armas imprescindibles para combatir en las batallas de la convivencia cotidiana.

Con la excepción de unos pocos resquicios culturales, la comunidad humana se ha construido sobre la base del lucro económico al que se concede exclusiva atención, por lo que las materias que intervienen en su desempeño productivo para el máximo provecho, son acogidas juiciosamente y puestas en práctica al detalle. Es recomendable e ineludible realizar un exhaustivo estudio preliminar a cualquier emprendimiento con el fin de evaluar los riesgos, medir alternativas, proyectar procedimientos y calcular beneficios; esto es apenas un ejercicio de la sensatez, no hay que lanzarse a aventurar ciegamente si se quiere asegurar el éxito del propósito, lo cual está muy bien, excepto por el hecho de que hemos reducido nuestra vida al negocio del momento, tenemos nuestra vista enfocada en ese pequeño marco de la existencia y no estamos considerando los aspectos que clasificamos como intangibles, inabarcables o incomprensibles, pues nos estorban para consolidar en nuestra imagen aquello que casi todos admiran y persiguen con denuedo, además de que tememos apartarnos del ideal común porque en el reconocimiento que alimenta nuestro ego encontramos la satisfacción que se nos escapa al intentar descubrirla en los triunfos conseguidos. Al fin y al cabo nada es perfecto —pensamos—, se hace lo posible en una existencia que no puede ser justa. Está establecido así y eso es lo que es. Y en verdad, ¿Eso es lo que es? ¿Acaso no es por vivir que hacemos todo esto y no es la vida entonces lo más preciado? ¿Por qué planeamos y estudiamos al detalle cualquier negocio, desconfiando de la opinión de terceros y en cambio no dudamos de los conceptos que nos inculcaron sobre nuestra vida durante la etapa de adoctrinamiento? Y ¿qué es la vida? ¿No es razonable realizarle también a ella un estudio de factibilidad? ¿Cómo sabremos qué tipo de vida emprender si no la hemos sometido a juicio con la suficiente investigación, evaluación, experimentación, para llegar a una conclusión plausible?


Para decidir un camino y trazar un recorrido hay que conocer el destino. Uno debe desconfiar de lo establecido si parece evidente que el objetivo que se persigue no complace a la razón y que por ende sería ilógico correr por la senda concurrida sin detenerse a pensar hacia dónde conduce. ¡Corro porque todos corren! y en los metros finales, de cara al abismo inevitable que es la muerte, se forma el tumulto y se encuentra un momento para pensar... demasiado tarde. Algunos que estuvieron ahí nos dejaron un legado de conocimiento que deberíamos atender y concuerdan en que de haber tenido una nueva oportunidad, se habrían aventurado por veredas más apacibles, tapizadas de significado, en las cuales regocijarse con la vivencia de su entorno de una forma que no es posible en medio de la prisa, porque lo aprendido por otros que sí tuvieron el coraje o la suerte de elegir a tiempo esta opción, les permitió comprobar que esa percepción que nos enseñaron a ignorar aunque nos acompaña obstinadamente, por la que frecuentememente intuimos que debe haber algo más, tiene más valor del que quisimos darle cuando se presentaba en el afán de la carrera. Muchas de estas voces así lo han expresado desde la antigüedad y ha quedado registrado para el uso de las generaciones al igual que lo formulado por aquellos que se conformaron con el goce de la competencia. Unos y otros respaldan sus afirmaciones con toda clase de pruebas que parecen convincentes aunque la verdad no puede estar de ambos lados, antagónicos como son. Esta es la balanza entre dos posiciones que han corrido paralelas desde la infancia de la humanidad, la material y la espiritual (que no es lo mismo que la pretendida contradicción entre ciencia y religión a raíz de las teorías sobre el origen del mundo), resumidas en una de las cuestiones fundamentales que debemos responder sobre nuestra verdadera esencia para contar con una base cierta en nuestro plan de vida: ¿Somos seres físicos con creencias espirituales o somos seres espirituales experimentando una dimensión física?

Suponiendo el caso en que la vida es una experiencia material que transcurre con suerte en el lapso de ochenta años, tras lo cual no hay nada más, sería lógico vivirla de la forma en que generalmente lo hacemos, persiguiendo la diversión y el goce máximo de manera individualista, puesto que en la competencia por la codicia del capital no hay cabida para altruismos que solo alimentan una debilidad inconveniente, ni para consideraciones éticas que nos obligan a responsabilizarnos por las consecuencias de nuestros actos. Pero de igual forma resulta incoherente con esta idea detenerse en “nimiedades” de orden moral que contradicen su lógica, como evitar la agresión física en modo grave, pues no tiene por qué diferenciarse de otras menos impugnadas y por lo tanto, inescrupulosamente practicadas porque “solamente” afectan la integridad psicológica o emocional o social de las personas, o su propiedad. Reservar en una personalidad materialista un resquicio de sensibilidad aparente, parece la previsión pueril de asegurarse alguna indulgencia por si acaso nuestra cómoda suposición no es la correcta, ya que en la mayoría de los casos las personas toman su posición en algún lado de la balanza sin un convencimiento profundo o al menos una reflexión juiciosa y así justificar sus acciones arbitrarias, fruto de convencionalismos sociales. Pero si el caso es que hay algo más, ¡entonces suscribirse a esta carrera es menos que una necedad! ¿Vamos a seguir esperando hasta el final del camino para saber si estamos errados? o ¿vamos a tomar una determinación sobre el objeto de nuestra vida usando las herramientas que tenemos a mano para encaminarnos en una dirección admisible? La prudencia aconseja averiguar antes de decidir, para lo cual en este caso es necesario sopesar únicamente la información referente a una de las partes, pues cualquier resultado en su valoración implica el opuesto para su contraparte; sin embargo, como partimos de una evidente realidad física que está presente en ambos casos porque la opción espiritual la relega mas no puede ignorarla y en cambio la opción materialista debe excluir por completo todo lo intangible y abstracto, parece lógico abordar el tema desde la desdeñada orilla de la religión.

¿Dónde revisar la información confiable? En los libros sagrados y los textos de los hombres más sabios. La investigación no puede reducirse a una religión en particular ya que eso sería suponer que algunas culturas están en lo cierto y otras se han engañado al paso de los siglos. Presumir que la razón está de nuestro lado y que quienes piensan diferente yerran, es un inicio miope. Es preciso entender que al igual que en nuestra esquina social, en cada cultura humana hay un alto grado de adoctrinamiento que aferra a las personas a sus tradiciones y niegan e ignoran lo que les parece extranjero, o sea que de entrada se puede afirmar que nadie conoce la verdad sino que posee la propia, su verdad. Pero no puede haber distintas verdades para quienes comparten el mismo trayecto de vida, sino una sola, porque el género humano y seguramente todo lo que con él existe, siendo uno solo se regirá por las mismas leyes. En general, la visión que tenemos respecto de las creencias de otras culturas es de total extrañeza y desconfianza, y no intentamos entenderlas porque nos parece irrelevante, cuando no una afrenta a nuestra fe, de la que no nos atrevemos a dudar por considerarla bien establecida y en muchos casos, al comprobar por la experiencia de los más fieles creyentes que su práctica con verdadero convencimiento produce frecuentes frutos, confirmando su autenticidad. Pero aquí es necesario mencionar de nuevo que lo mismo ocurre en todas las personas que viven su propia religión con similar intensidad y esto tiene su origen en el poder de la fe, que puede describirse como la certeza inobjetable de una realidad manifestada por la convergencia entre el pensamiento y la emoción a través de la energía del amor.


No es necesario ser teólogo, filósofo, antropólogo, historiador o sociólogo para conocer la temática básica alrededor de una doctrina religiosa, basta el interés en la experiencia de los practicantes y la lectura atenta y exenta de prejuicio de los libros considerados sagrados o canónicos en sus respectivas culturas, o de las múltiples monografías que se han publicado sobre su estudio, de los que se puede extraer la información suficiente para hacerse una idea clara de sus fundamentos. En el mundo hay innumerables sectas religiosas (sólo en el cristianismo se calculan veinte mil), pero todas son derivadas de los siete principales cultos que han colmado la geografía del globo, aparte de los cultos indigenistas dispersos por cuatro continentes. Todos ellos compilan en diversos libros su base dogmática y mitológica, entre los que se pueden referenciar de cada religión: La Biblia, que contiene el Nuevo Testamento cristiano además de la Torá judía; el Corán islámico, el Tao Te King taoísta, el Tipitaka budista, los Vedas, Vedanta y Puranas hinduistas, las Analectas y el Mencio del confucianismo, el Kojiki sintoísta y el Popol Vuh de la tradición Maya. Del estudio de los postulados y preceptos que emanan de dichas escrituras se encuentra que, dejando de lado los adornos costumbristas, ceremoniales y culturales, el corazón del mensaje de todos ellos es el mismo: La búsqueda de un estado de trascendencia metafísica de cualidades divinas mediante la aplicación disciplinada de un orden moral y espiritual, individual y altruista, identificado con un renacer superior o la iluminación, provistos e inspirados por un Dios, una suma de dignidades referidas a una sola entidad sublime, o una conciencia superior que promueve la perfección y la liberación del alma humana.

Pero esto no debería sorprendernos porque siguiendo la pista de la diáspora humana desde los inicios de la civilización registrada, tanto oriente como occidente fueron poblados desde la antigua Mesopotamia, de donde provienen las creencias y mitos que se fueron transformando con el tiempo como consecuencia de su transmisión oral por generaciones y la evolución cultural en cada región colonizada, impregnada del ambiente espiritual propio de los grupos tribales con los que se mezclaron en la India, China, Oceanía, Europa, África y de allí al resto del mundo, con excepción de los lugares en donde subsisten grupos aborígenes que conservan variaciones de su tradición. En todas estas religiones se aboga por la necesidad de perseverar en la práctica de los mismos principios positivos para el crecimiento personal en relación con el prójimo y el mundo, además de incentivar al ser humano para ver más allá de lo que en apariencia es nuestra única realidad. Las similitudes son abrumadoras en cuanto a esto, pero sorprenden también las que tienen que ver con las historias del inicio del mundo y el género humano en una época de luz tras la cual se diluye la unidad colectiva para pasar a una era de oscuridad que sigue presente; la de algunos eventos como el diluvio, ocurrido para sanar el estado moral del hombre, las pestes y migraciones de pueblos enteros, el surgimiento de maestros iluminados como guías de la humanidad y los mitos sobre algunos de ellos y otros personajes relevantes; la fe en la inmortalidad del alma o la vida después de la muerte en las que el cruce de un gran río hacia ese nuevo estado es una imagen común. De acuerdo con esto se puede establecer que cada doctrina es un modo particular de entender las directrices de un mensaje de profundas implicaciones, transmitido a nuestra realidad en el lenguaje del alma desde su condición superior; que todas en el fondo comparten la misma verdad y que por tanto también todas se equivocan en lo superficial, como en sus ritos y costumbres, que es lo que más observan la mayoría de sus seguidores y lo más rechazado en las ajenas.


Así que la dimensión del alma humana no está diversificada en una multitud de religiones, sino que es un solo concepto espiritual en el que se halla un mensaje bien elaborado, profundo y algo misterioso, que aunque fue escrito por hombres, discípulos de los maestros que lo enseñaron, provienen de un pensamiento sobrehumano y elevado, sutil, exquisito, meticuloso y sabio en el que se ha usado para su comunicación un lenguaje de metáforas e imágenes que incluso hoy día serían de difícil composición humana. La espiritualidad trata sobre ideas que no pueden ser comprendidas desde una perspectiva estrictamente racional. Para desestimar la relevancia de los libros sagrados, algunos escépticos que los consideran obras de ficción, señalan que deben verse como documentos de la historia espiritual en los que se reúnen esperanzas y fe ciega, mitos, magia y narraciones tradicionales arraigadas profundamente en el inconsciente colectivo de todas las culturas, lo cual concuerda con el postulado del origen común y la unicidad del mensaje que por tanto se hace muy difícil de ignorar aunque se consiguiera hacerlo con los maestros que lo enseñaron, sin que por esto pueda opacarse su importancia.

Pero aunque el valor de las enseñanzas no dependen del divulgador, sí las refuerza considerablemente el hecho que hayan sido enseñadas por un ser de carácter excepcional y más aún, sobrehumano, como es el caso de Jesús, que entre todos los maestros adoptados por las religiones del mundo, es quien se ha convertido en el centro de las discordancias sobre la realidad de su existencia, quizás porque su historia es extraordinaria comparada con la de Buda, Lao Tse o Mahoma, y desconocida durante un extenso período, lo que ha sido motivo para que los más incrédulos la consideren una fábula como consecuencia de la inexistencia de pruebas concluyentes, aunque resulta claro que decidir arbitrariamente sobre la falsedad de su historia es tan poco válido como asumir arbitrariamente que toda ella es literalmente cierta; sin embargo, en apoyo a la existencia de Jesús son conocidos estos sencillos pero fuertes razonamientos: La idea de que una religión nueva basada en la ficción se extienda como pólvora es altamente improbable. ¿Es verosímil que un grupo de personas pudiera inventar a Jesús sin que exista el mínimo rastro de su existencia física? “El que unos cuantos hombres sencillos hubieran inventado en una sola generación una personalidad tan poderosa e interesante, una ética tan elevada y una visión tan inspiradora de la hermandad humana, sería un milagro mucho más increíble que cualquiera de los que se relatan en los evangelios. Si Jesús es una invención, quienes lo inventaron fueron personas de una profunda espiritualidad, se encontraban en los niveles más altos de la iluminación; parece más probable que eso sucediera por el contacto con una persona viva, real, un gran maestro, que por el hecho que un grupo de escritores se iluminaran a la vez y escribieran los evangelios”. Por su parte Einstein, refiriéndose al mismo tema dijo una vez que “Aun cuando soy judío, siento fascinación por la luminosa figura de Jesús. Indudablemente, nadie puede leer los evangelios sin sentir su presencia en ellos, su personalidad está presente en todas las palabras. No se puede construir un mito con semejante vida”.

Encontrar un conjunto de enseñanzas que concuerdan con las tradiciones sabias del mundo es una corroboración de que la conciencia superior existe y está abierta a todos. Muchos de los que corren por la senda material llevan un anhelo espiritual, pero limitado a la expectativa de una gratificación que esperan merecer al final del camino sin tomarse muy en serio que es durante la vida cuando hay que buscarla y perseverar por alcanzarla. La tentación por el goce sensual es tan fuerte que conviene ignorar todo lo que no encaje con la imagen que necesitamos proyectar. Pensamos que cualquier indicio que sugiera una realidad diferente de la que nos inculcaron, no puede tenerse en cuenta seriamente y que certificar fenómenos abstractos como la percepción, la intuición, la valoración de los sueños, la comunicación extrasensorial, son solamente vestigios de inmadurez en nuestra personalidad. Las experiencias ajenas en las fronteras de la muerte o de nuestro espacio dimensional nos parecen extravagantes incluso hoy que la ciencia se adentra a pasos agigantados en sus territorios, tras un prolongado período de sano pero innecesario recelo. Por esta puerta se adentrará también en los de la espiritualidad y quizás esto sea la autorización para que comencemos a detenernos en la carrera ciega si es que antes no se impone la necesidad de ponderar nuestras metas, presionados por las evidencias crecientes del entorno psicológico que está revaluándose cada vez más en muchas personas y que nos muestra que el hombre tiene una dimensión espiritual que lo distingue de otras criaturas y está presente como impulso para buscar lo que hay más allá.


Imperativo categórico

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El paso de los siglos con todas sus tormentas ha logrado conservar hasta nuestros días un legado de profunda significación, sembrado en el corazón de los sabios que se encargaron de transmitirlo para el entendimiento de toda civilización en la historia. Aquel que quiera revisar imparcialmente los textos que diversas comunidades han declarado sagrados y tomado como fundamento espiritual y moral, comprobará que más allá del contexto propio e individual de sus particulares circunstancias, conocimiento y desarrollo, las enseñanzas a los hombres de todas las eras convergen en un mismo mensaje positivo centrado en el amor; ese poderoso e incomprendido motor de la vida, cuyos conceptos están simplemente resumidos en una máxima que Kant quiso definir como el “Imperativo Categórico”, formulado por diversas tradiciones como el marco conceptual de su ideal de valores en estas frases:

Cristianismo: “Da a los otros el trato que esperas para ti mismo”.

Taoismo: “Considera la ganancia de tu vecino como tu propia ganancia y su pérdida como tu propia pérdida”.

Islamismo: “No le causes ofensa a nadie para que nadie quiera ofenderte”.

Budismo: “Poniéndose uno mismo en el lugar de otro, no lo agrederá ni le motivará a agredir”.

Judaismo: “Al extraño que mora contigo debes considerarlo tu huésped y amarlo como a ti mismo”.

Confucianismo: “No impongas a los otros lo que no escogerías para ti”.

Hinduismo: “Nunca debe hacerse a los demás lo que sería injuria para uno mismo”.

Indigenismo: “En tu corazón está la medida que debes ver en el de tu hermano”.

Algunos hombres en distintas épocas pusieron en práctica esta instrucción en la que se condensan los preceptos de convivencia para el progreso común, pero muchos no atinaron a establecer quién es nuestro hermano! ¿El hijo de mi padre? O ¿Quién el prójimo? ¿Aquel que comparte conmigo cotidianamente? ¿Quién nuestro semejante? ¿Esos pocos que se parecen a mí en sus costumbres y apariencia? Esto es lo que creemos hasta el día de hoy en que tenemos al género humano desmembrado en múltiples facetas irreconciliables que nos impiden involucrar al ámbito de referencia, más que a un reducido círculo de personas de cercana familiaridad. A los demás hay que combatirlos hasta su extinción porque sobre ésta ley se impone otra menos incómoda que requiere de menor esfuerzo: La supervivencia del más apto, entendida ésta aptitud no como la mayor capacidad del intelecto y la cultura, sino como la mayor cantidad de fuerza y poder que se impone sin escrúpulos para destacar en la sociedad competitiva que hemos construido, estableciendo la medida de nuestra importancia por la cantidad de riquezas materiales acumuladas, que siendo tan solo un signo de las pasiones más bajas del ser humano, se han convertido en el objetivo principal y por lo general, el único. Nos enseñaron a valorar mucho más el mapa del territorio que el territorio mismo desde una formación académica programada para concentrar nuestros esfuerzos en la obtención de una calificación en lugar del conocimiento.

Bajo estos conceptos, el prójimo puede reducirse al ámbito que nos convenga y así la humanidad seguirá su camino en la historia que ha estado escribiendo, en la que los siguientes capítulos serán previsiblemente una interminable cadena de contiendas por la prevalencia del “más apto”, ejemplificada como sigue…

La enorme desconfianza que ha alimentado occidente de su contraparte oriental y la que se han sembrado mutuamente en su incapacidad de reconocerse, exigirá “por seguridad” el exterminio de alguno y tras prolongada lucha, occidente impondrá su fuerza sobre oriente hasta desaparecer todo vestigio de su cultura y encaminar el mundo hacia sus propios ideales. Pero esto no podrá ser instaurado en tanto las naciones del tercer mundo accedan a someterse ante la amenaza de perecer, y la segunda opción se muestra más deseable para el opresor que la ve realizable, por lo que en un tiempo se conseguirá la unidad noroccidental capitalista a escala global, aunque todavía dividida por dos poderes equivalentes de carácter diferente que incrementarán su antagonismo.  Europa pretenderá hacer prevalecer su cultura ancestral sobre la barbarie norteamericana y en consecuencia prolongarán el estado de guerra internacional del que saldrá victorioso el más impío espíritu norteamericano y acto seguido, se reservará el derecho de repartir el territorio entre las diversas razas que por conveniencia no deben estar mezcladas, reafirmando la exclusión de las consideradas “inferiores” y más tarde, dando paso a las exigencias de la comunidad blanca para retener la exclusividad de existir y adjudicarse la totalidad del mundo.

Posteriormente la exigirán por nuevos motivos: No se tolerarán otras religiones distintas de la cristiana mayoritaria y sus seguidores serán extirpados de la sociedad. Tampoco habrá espacio para ideas políticas que difieran del capitalismo impulsor de los eventos que han permitido unificar y asegurar la sociedad de los más beneficiados, por lo cual será preciso alinearse en contra de los propios ideales o sufrir las consecuencias. Luego la tecnología será el principal motivo para prescindir de los menos afortunados, con lo que aumentará la desconfianza a causa del miedo, y el egoísmo imperante obligará inevitablemente a la eliminación de las castas de la base de la pirámide social.

Sin poder sacudirse de todos los motivos para crear la convivencia en razón del deseo de dominación, las ciudades competirán por su preponderancia y las corporaciones por la exclusividad del mercado, poniendo siempre en práctica la exterminación del adversario como el mejor recurso para conseguir la paz y con el círculo cada vez más reducido, aflorarán entre los supervivientes otros odios por las diferencias que la puedan perturbar. Para entonces, sólo unas pocas familias anglosajonas, cristianas y capitalistas compartirán el mundo que para ninguna será todavía suficientemente amplio y suponiendo reiteradamente una nueva conspiración, justificarán los ataques preventivos hacia cualquiera que no comparta las costumbres sociales o preferencias particulares más triviales, hasta el momento en que las rencillas afecten el reconocimiento familiar y el último hombre haya logrado quitar del medio a sus propios padres y hermanos, su esposa y sus hijos. En ese momento habrá por fin paz y el “Imperativo Categórico” será fácil de cumplir hasta el instante infalible en que el último hombre, aburrido y victorioso, decida atentar contra sí mismo.

El dios poder y dinero con su armamento de miedo, codicia, odio y envidia ha logrado alienar la mente de toda una sociedad durante largo tiempo, sumiendo en un sueño profundo de ignorancia y escasez el porvenir de la civilización humana, anquilosada en sus más bajos instintos, indiferente a las evidencias de un error que parece insalvable mientras exista para unos la posibilidad de controlar a los demás para su propio provecho o la suposición de que hay hombres que deben ser considerados inferiores.


¿Qué ocurriría si para atizar el atemperado clima social, un día se filtrara la evidencia incontestable de vida inteligente fuera de nuestro planeta? ¿Cuál sería nuestra reacción ante el descubrimiento, por ejemplo, de bases permanentes no humanas en algún lugar de nuestro propio sistema solar? ¿La imagen de un grupo de seres claramente distintos de la raza humana? ¿Qué pasaría entonces por la mente de los cómodamente dormidos habitantes de la tierra? ¿No sería esto una bofetada a nuestro razonamiento disociador?

Seguramente no tomaría mucho tiempo para que cada persona reconozca en cualquier otra su propia imagen, la considere su hermano y le conceda el valor real que merece. Se movilizarían las masas en ayuda de los infortunados y nacería una verdadera preocupación por el bienestar de cada persona y el de las generaciones futuras; por este hogar que es nuestro planeta y por comprender más y con urgencia las distintas naciones que hoy nos parecen tan extrañas. Esa chispa encendería una luz en nuestra mente que cambiaría nuestra escala de valores para siempre y nos impelería a aceptarnos en nuestra pluralidad como un solo ser de características únicas en conjunción con el planeta y toda forma de vida existente en él.

Sería de lamentar que algo así tenga que ocurrir para que el ser humano encuentre su verdadero lugar como especie en vez de conseguirlo mediante su propia inteligencia, generosidad y voluntad, con lo cual demostraría la grandeza que reclama. Sea como fuere, estamos avocados a nuestra propia extinción si insistimos en el predominio del egoísmo y la exclusión, negándonos a ver nuestra verdadera naturaleza holística y perpetuando el estado de postración en la humanidad; o en cambio, a tomar la oportunidad de trascender hacia un nivel de civilización sin precedentes, sustentados por los principios que se compendian en ese sencillo “Imperativo Categórico” que nos permitirá fortalecer los lazos humanos hasta esa frontera en la que, ante el siguiente peldaño de nuestro desarrollo, decidamos cobijar con el mismo concepto a otras civilizaciones que compartan con nosotros el objetivo evolutivo universal.

De fruto a semilla

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En referencia a la mencionada ecuación de Frank Drake, para esta época en los albores del siglo XXI, nuestra humanidad todavía no se cuenta entre ese número de civilizaciones avanzadas con la que otros posibles mundos puedan contactarse porque de los siete factores que involucra la ecuación, aún no hemos superado el último, pues estamos en ese punto crucial en el que nuestras acciones nos llevarán por el camino de la evolución o menos probablemente, el de la extinción.

Para los hipotéticos habitantes de lejanos barrios en el universo, nuestra civilización no existe y si en nuestra reiterada insensatez derivamos hacia la autodestrucción, ni siquiera habremos existido alguna vez; pero si en cambio logramos imponernos al letargo que nos está empujando en esa dirección, en un esfuerzo por reconocer que estamos destinados a más altas dignidades, veremos más bien el final de nuestra etapa fetal para asistir a nuestro verdadero nacimiento como civilización, el momento del alumbramiento en el que habrá que despojarse de muchos condicionamientos para transformarnos en seres verdaderamente positivos con capacidad para aportar al desarrollo del universo que queremos descubrir. Nuestra participación en él requiere de un nuevo atuendo sin el cual no será posible traspasar nuestras fronteras, y a pesar de la gran cantidad de maldad de que el hombre es capaz y del creciente deterioro de nuestra sociedad, hay suficientes motivos para pensar que nuestro destino nos reserva una oportunidad de sobrevivencia. En unas cuantas décadas o siglos, lo que nos identificará como individuos será muy distinto de lo que hoy nos define; nuestros valores y actos estarán fundados en lo verdaderamente humano y nuestro conocimiento y visión de la vida se habrán expandido exponencialmente, con lo que los objetivos trazados estarán acordes con los de la evolución universal.

Para un momento de ese hipotético futuro, el ser humano habrá trascendido conscientemente a un nivel mental en el que todas las personas estarán íntimamente conectadas en una relación holística y tendrán un conocimiento más real sobre la conformación física y energética del universo en su conjunto. Nuestra tecnología habrá pasado del uso exclusivamente material a involucrar las cualidades del pensamiento y la conciencia que permitirán una relación más cercana con otros lugares en el universo, a donde será posible desplazarse entre las geometrías de múltiples dimensiones y participar activamente en la preservación y propagación de la vida que contribuye a la constante evolución.

El género humano no estará limitado al planeta tierra. En los primeros pasos para colonizar otros mundos será la luna nuestra principal huerta y despensa, los recursos de varios planetas en el sistema solar y sus lunas serán explotados con actitud sustentable en tanto se establecerán comunidades en lugares como Marte, Ganímedes, Europa y Encélado, confinadas en extensos hábitats que recrearán las condiciones necesarias para la vida humana y que serán la base experimental para la posterior expansión del género humano por otros parajes del universo en donde les perderemos el rastro a las generaciones del porvenir que en su incesante adaptación, conservando su identidad e historia, irán transformando su apariencia física y su psicología, dando lugar a una multiplicación espontánea de razas inimaginable, las cuales también podrán intervenir química y biológicamente su propia genética y la de cualquier otra especie, aunque con propósito evolutivo, según lo dispuesto por su elevado grado de conciencia.

De acuerdo con las teorías de la ciencia que presuponen un espacio universal ilimitado o al menos inscrito en una geometría fractal autorreferente y multidimensional en la que el tiempo no está determinado por los conceptos de pasado, presente y futuro, sino que es comparable a la imagen de un camino en el que un viajero puede desplazarse desde su posición presente, en cualquier dirección recorrida o por recorrer y por tanto, encontrarse con otros viajeros en cualquier parte del camino; vayamos entonces hasta un recodo muy avanzado en el que podremos acercar un momento de nuestra posible evolución con otra senda ya transitada:

Transcurre el siglo 24 en la tierra y el género humano se ha expandido como diáspora por el universo cercano dominando los límites de la velocidad de la luz y usando los agujeros negros como pasadizos entre distintas regiones estelares. Como muchos grupos de exploradores en distintos lugares del universo, una expedición de millones de personas viajando en una nave nodriza de dimensiones colosales, han atravesado por los campos de energía de agujeros de gusano en la constelación Camelopardalis y exploran un sector de la galaxia IC342 en el que han encontrado varios sistemas planetarios con vida inteligente incipiente, formada por sociedades de individuos de apariencia humanoide que han ido evolucionando durante mucho tiempo y se encuentran en distintas fases de transición hacia el uso de metales y organización social, que son de gran interés para estudio y observación.

En un sistema solar de 19 planetas han centrado su atención en Egeo, un planeta rocoso de atmósfera y litosfera similares a la tierra en el que han surgido varios grupos sociales sin contacto entre sí, entre los que hay unos pocos dispersos a lo largo del litoral y algunas islas de un amplio mar interior que destacan por los conocimientos tecnológicos del período prehistórico tardío y comienzan a expandirse por nuevos territorios. Estos pueblos comparten un fenotipo y organización colectiva sedentaria basada en la agricultura y la exploración marina, tienen una ciencia incipiente y demuestran gran curiosidad por los cuerpos celestes que observan en su cielo. Parecen una raza prometedora pero su situación moral es denigrante; no conocen el valor de la vida y el respeto por sus semejantes, es común el odio y la competencia sin ley que no les ha permitido pasar de su estado de barbarie en el que la corrupción y destrucción son la norma, debido en gran parte a la ausencia de una espiritualidad bien fundada que les induzca a descubrir su verdadera naturaleza como parte de un orden superior, más allá de su religión basada en los poderes del océano o el viento y dioses inspirados por las lunas y el sol, por lo cual parece necesaria una intervención sutil que impida su decadencia y les permita encauzar su desarrollo en una nueva dirección.

Para esto se lleva a cabo el proyecto semilla aconsejado en estos casos, que se practica con regularidad como parte de la contribución anaentrópica derivada de la responsabilidad adquirida con el conocimiento metafísico, en el que se implanta entre la comunidad un enviado excelso de naturaleza dual, nacido de una mujer nativa de condición biológica privilegiada y una simiente humana elegida entre las más apropiadas, provenientes de los hombres más elevados espiritualmente de esta generación que permanece en estado de divinidad, cuyas características permitirán engendrar un ser supremo que será educado y desarrollado bajo los parámetros de la nueva realidad humana en conjunción con las normas de la familia y sociedad de las que hará parte en Egeo, para realizar la misión de enseñar y dar ejemplo de vida, llevando la buena nueva del reino de Dios que es el universo completo, eternamente desconocido pero concebido y experimentado en su espíritu, que es el que nos ha brindado este don, el cual será inspirado en este mensajero de la misma forma que se infunde en todos los que se envían a cualquier otra comunidad cuando se hace necesario, con la esperanza que tras la experiencia, su historia tomará un rumbo mejor estructurado que sirva al propósito que se superpone a la básica conformación de una sociedad de individuos en estado material.

El principal reto en la ejecución de este proyecto está en la capacidad de lograr que estas sociedades primitivas logren comprender un mensaje de tan elevados conceptos, mediante la utilización de su insuficiente lenguaje en el entorno de un inestable sistema de valores y supersticioso entendimiento, para que permanezca como factor determinante de su crecimiento psicológico a través de generaciones y madure y se fortalezca con el tiempo hasta los lejanos días en que su propia evolución les permita concebirlo en su verdadera dimensión. Algunas de las estrategias que el mensajero pone en práctica para conseguirlo son la utilización de alegorías o parábolas en las enseñanzas verbales para expresar ideas sencillas sobre revelaciones que aún no forman parte del bagaje intelectual de los oyentes, el énfasis en el proceder de su vida diaria con la realización de suficientes acciones altruistas que sean testimonio evidente del poder creativo del amor canalizado por su conexión espiritual, entre las que el dominio de los procesos físicos es la consumación necesaria y finalmente, la inspiración entre diversos estamentos sociales e individuos para elaborar por cuenta propia los textos que recojan esos acontecimientos de su historia, de forma que se revele claramente su origen excepcional y sugiera su naturaleza mística de profunda implicancia espiritual, ineludible como referente al paso de los siglos y fundamento del aspecto religioso de una sociedad sana, que si bien a muchos les será difícil de aceptar, tampoco les proveerá de las herramientas admisibles para ignorarlo.