Un verso creador

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Un arquitecto emprende el diseño de un proyecto nuevo enfrentado, él solo, a un espacio dispuesto a ser transformado al igual que un pintor y un escritor lo hacen frente al lienzo o el papel en blanco; al igual que el escultor ante la piedra en bruto y el músico ante el silencio, materia ansiosa por servir de soporte a un nuevo mensaje que el artista develará componiendo la obra que ya existe integrada en ella. En el acto de crear, lo imaginado se hace realidad al tomarlo del espacio de posibilidades infinitas en el que habita la mente y darle vida es sólo la convergencia y organización de sus elementos. El creador de una obra se aísla para que su mente se enfoque y conecte con la afluencia de la inspiración, puesto que no crea solo y de hecho no es más que un instrumento del verdadero creador, que es el pensamiento activo.

Un artista está en el proceso de crear. Se ha aislado para concentrarse en ello y dispone su mente para el diálogo con la esencia de la que recibe la información que necesita. La inspiración es un estado de gozo accesible por el amor y la confianza hacia la sabiduría superior que interviene. Es un estado de apertura y receptividad, de activación en la frecuencia apropiada, de equilibrio entre pensamiento y emoción, de meditación… Es dejar hacer, permitir el flujo libre de la mente creadora en nuestra dimensión, el juego de los elementos que disponen lo mejor cuando se les permite hacerlo desde un estado de receptividad. La buena creación es fácil, simple, fluye sin esfuerzo porque es el estado natural del ser, la alegría de hacer lo maravilloso porque se cuenta con todo, con lo más excelso, lo mejor.

La inspiración es un estado de compenetración con el todo, que es sabiduría y generosidad sin límites, en el que participar de la creación es tan sólo tomar los elementos correctos de esa fuente inagotable y componerlos para un propósito particular en un trozo de existencia. La inspiración es fe en acción y su producto una evidencia del amor. No se puede crear sin acudir a estos sentimientos. La fe es alegre, divertida, sorprendente, no convencional, es el agua fresca del creador. El amor es compasión y revelación, el terreno fértil donde crece la semilla de la obra creada. Darle vida con los elementos esenciales es hacer arte. Por la inspiración, el poeta accede al lenguaje de la comunicación con la poesía del universo para transmitir en palabras mundanas la comprensión del acto que modela constantemente nuestra realidad.

El arquitecto crea para otros a la vez que lo hace para sí mismo ya que está construyéndose a partir de su obra. En esa medida todos somos arquitectos de nuestra propia vida y mientras construimos para nosotros, lo hacemos también para todos, pues todos comparten con nosotros el mundo. Los espacios construidos por un arquitecto son el lienzo sobre el que quienes los habitan, construyen su mundo. Un artista siente el deseo de comunicar una idea o una emoción, decir algo que piensa sobre alguna cosa en particular desde su capacidad comprensiva y su obra puede convertirse en un referente que influye sobre otras personas en el aspecto psicológico, cognitivo o abstracto, pero con la capacidad de transformar los parámetros mentales y consecuentemente, el desarrollo de sucesos. El arte como tal, puede ser condición o base para la construcción de vida desde una perspectiva espiritual e intelectual que sin duda es alimento importante para el perfeccionamiento del ser y las realizaciones que contribuyen a la evolución colectiva. La arquitectura contiene esta faceta del arte pero también un aporte funcional que se acerca a la psiquis humana por medio de la experiencia vivencial. La creación se traduce en orden y el orden físico es la manifestación del orden mental.

Diversas expresiones del arte son también ciencia porque involucran en su propósito el elemento funcional o técnico. Así como el arte es el resultado del conocimiento traducido mediante el lenguaje subjetivo, la ciencia es el resultado del mismo conocimiento traducido en un lenguaje cuantificable y objetivo, complementándose mutuamente en la búsqueda de las verdades que se hallan en la sabiduría del universo. El arte es el producto de la ciencia; cuando todo se ha comprendido mediante el estudio y la investigación científica, cuando en nuestro cerebro el hemisferio serial ha concluido, sólo queda espacio para la experiencia de nuestro hemisferio paralelo. Cuando la ciencia ha concluido su labor, el resultado queda plasmado en la vivencia del mundo, la cual es arte puro y creación en movimiento. El arte, la ciencia y la experiencia espiritual son sólo distintas formas de acercarse a la comprensión de la vida. El científico es un develador de la física y la mecánica del mundo; el artista es un mensajero del lenguaje que no puede reconocer la ciencia.

La mejor poesía de los últimos tiempos ha sido escrita por la ciencia al adentrarse en las profundidades de la mecánica cuántica. Cuanto más se intenta descubrir el secreto resguardado a escala subatómica, tanto más se diluyen los preconceptos teorizados, porque en el esfuerzo por encontrar los componentes más elementales, los ladrillos con los que está construido el universo, la ciencia ha entrado al campo de lo intangible, lo inmensurable y relativamente incomprensible. Al penetrar en el universo del átomo con el alcance de la tecnología actual, se pierde el rastro de sus partículas, o mejor, el rastro es lo único que se encuentra y por esto se deduce que ellas existen aunque aún no ha sido posible observarlas, tal vez porque a esta escala ya no pueden considerarse como materia sino como expresiones electromagnéticas que se manifiestan individualmente únicamente cuando no se las busca, pues su particularidad es ser un campo de ondas de energía que se sitúan en todos los lugares a la vez.

Esa es la poesía de la realidad que le ha correspondido declamar a la ciencia, ante la cual los científicos que tratan con sus estrofas están de acuerdo en afirmar que el nombre de “mecánica cuántica” con el que se le identifica, a la luz de los descubrimientos está errado y no representa la realidad de una dimensión que de mecánica no tiene nada, pues todo lo que existe, tangible e intangible, visible e invisible, humanamente perceptible o no, está formado por estas partículas difusas y evasivas, de gran complejidad en su simplicidad y de multiplicada presencia en su singularidad puesto que son a la vez individuales y parte del todo que es este campo unificado de información que llamamos universo, el cual se manifiesta en cambiantes facetas, riqueza y variedad pero siendo uno solo, un solo cuerpo, una sola alma, un solo océano, existente también por completo en cada una de sus gotas.

El universo es una obra de arte. El Universo ES: Un Verso.

Entenderlo por la razón de la ciencia nos deja espacio para presenciarlo y traducirlo en la experiencia que es el arte de vivir, durante la cual construimos nuestra obra particular impregnada con nuestra capacidad de contemplación. No se puede llegar a cierto grado de comprensión vital del universo sin entrar en los dominios de la espiritualidad porque ella participa en los niveles más altos del ser, que es donde empieza a perderse el peso del intelecto. Allí está la ionosfera de la mente que colinda con el espacio extrasensible al que es preciso ingresar con el atuendo apropiado si queremos participar en él aunque sea por momentos, pero este traje como cualquier otro es apenas la apariencia, porque en el fondo y a pesar de la rara sensación que produce el hallarse a esas alturas desconocidas, descubrimos una correspondencia evidente entre aquel ambiente que creíamos hostil y éste al que estamos acostumbrados. En su esencia e inasible definición, sabemos desde muy profundo que ambos son en realidad lo mismo y que son el mismo.

Como es arriba es abajo, revelan las escrituras de todas las culturas humanas cuando se refieren al universo que sin exclusión de cosa alguna, lo afirman como potestad de Dios, autor de su existencia por virtud de La Palabra proferida, que ha resumido en un verso el poema de la creación. De ellas extraemos que los atributos de ese Ser Único que es el creador de todo, escapan a nuestro entendimiento, pero en el esfuerzo por comunicarnos de una forma simple algunos de los más asequibles, hemos conocido por ejemplo que:

· Es omnipotente, o sea el único que tiene la capacidad de realizar todo por su propia voluntad y juicio.

· Es omnipresente, pues está en todo lugar y en cada ser del universo, “en la tierra y en el cielo”, es decir en cualquier dimensión sin límite en el espacio.

· No está limitado por el tiempo, es eterno y no tiene principio ni fin. Está en el pasado, el presente y el futuro, siempre, simultáneamente.

· Todo está en Él, por tanto también cualquier dualidad en la que lo negativo y lo positivo tienen un propósito claro de polaridad positiva resultante, que se conoce como evolución.

· Todo lo sabe. Él conoce lo que está en el pensamiento de cada individuo, o sea que es el pensamiento; no se le puede engañar, nada sucede sin que Él lo sepa, incluso antes de que ocurra, por su condición intemporal.

· Es la luz que ilumina el universo y es amor en acción. Luz y amor son la energía del universo, pero el amor entendido como la fuerza de la inclusión entre partes que se interesan mutuamente, que es su real significado.

· Es la justicia. Toda causa tiene su efecto, nada ocurre por casualidad pues todo responde a una ley. Nada pasa inadvertido por estar compenetrado con el todo.

· Es abundancia y generosidad ilimitadas. Como poseedor de todo, comparte sin medida con “sus hijos”, a quienes siempre escucha porque como tales, hacen parte de Él mismo.

· Es espíritu y agua de vida. Elementos esenciales para la creación de vida en las dimensiones conocidas y por conocer. El espíritu es una naturaleza de sabiduría y elevación activa, inconcebibles para el intelecto humano.

· Es la perfección. Y la mantiene al perfeccionarse continuamente. No tiene defectos ni contradicciones, es solo que Dios no se puede comprender, no se puede discutir, no es cuestión de mente sino de un corazón profundamente abierto.

De alguna manera, el hombre de todas las culturas tuvo acceso a esta información en el curso de la historia. Le fue dada o inspirada por algún factor a nombre de la sabiduría que precisaba explicarlas de una forma comprensible para la naturaleza del destinatario, teniendo en cuenta que no existe otro tema más impenetrable y complejo que la razón de la vida y su origen, pero siendo imprescindible enseñarla para dejar una guía necesaria como eficiente contrapeso a las acciones de una sociedad de individuos de carácter débil y proclives a las bajas pasiones que derivan hacia la entropía y en nada aprovechan para su propio crecimiento, el cual es uno solo con la abundancia de vida que hace parte del universo.

Un mensaje así solo puede transmitirse mediante analogías, indicaciones que logren su cometido. El mensaje de Dios para el ser humano es comparable a la instrucción preescolar con respecto a la avanzada; no se puede informar a un niño sobre materias universitarias, hay que seguir un proceso hasta alcanzar la capacidad para entenderlas. Esto es un hecho que va más allá del interés en el conocimiento, ya que biológicamente estamos limitados al actual estado natural basado en el carbono, que es el elemento fundamental en nuestro ADN, el cual, como se ha descubierto, puede transformarse mediante un cambio consciente gradual y colectivo hacia el siguiente paso evolutivo basado en el silicio, a donde las futuras generaciones llegarán en la medida que comprendan la información de esa “etapa universitaria” a la que tendrán derecho, que para el caso es establecer contacto con el tipo de entendimiento que será soporte de un renovado estado mental en el que el péndulo cerebral se inclina un poco más hacia su hemisferio paralelo.


Si “como es arriba es abajo” se hace evidente en la correspondencia entre el universo subatómico y el celeste, que a pesar de hacerse ambos inalcanzables en su dimensión y naturaleza desde los lenguajes del arte y la ciencia, ellos mismos entrelazados en una espiral de progresión espiritual nos muestran que los atributos de Dios están todos presentes y son esenciales del universo, que estando ligado a su condición fractal, en la que sin importar cuánto nos apartemos o penetremos en su estructura, podemos vislumbrar al propio universo como el Ser de Dios en toda su expresión, en cuerpo y mente, en materia y energía como parte de su manifestación de sabiduría infinita e inteligencia consciente motivada por el amor y la fe. Al establecer contacto con Él por medio de la sensibilidad más profunda, es posible percibirlo, contemplarlo y experimentarlo desde sus atributos más abstractos, que son los que consideramos más “humanos”. Dios es todo y todos somos parte de Él. Él nos da la vida y para su propósito debemos vivirla.

Dios es su propia obra de arte. Dios ES: Un Verso.

Muchos sabios y profetas nos han compartido las pautas para que con un poco de interés y persistencia se encauce el camino hacia Dios, nuestra unión con el universo a la altura de la evolución. El más excepcional de los iluminados que se ha manifestado en el mundo e inspirado a los hombres hasta el punto de dividir la historia en su nombre, hablaba sobre la forma de llegar a Dios con la frase: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino a través de mí”. Con esto Jesús nos indicaba que para conocer a Dios había que ser como él, poniendo en práctica lo que enseñaba como única forma de acceder a la iluminación. Afirmaba que hacemos parte de Dios y tenemos acceso a su naturaleza cuando decía: “Yo soy el hijo de Dios y todos vosotros también sois hijos de Dios”.

Todo hace parte del universo consciente y sabio que es el único Ser Creador. Para estar en contacto con su esencia infinita solo hay que entrar en nuestro silencio interior y escuchar con atención cómo surge una sinfonía de la que tomamos nuestra propia partitura para interpretar el instrumento que nos ha correspondido en la composición de esta obra de arte que es la vida.