Imperativo categórico

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El paso de los siglos con todas sus tormentas ha logrado conservar hasta nuestros días un legado de profunda significación, sembrado en el corazón de los sabios que se encargaron de transmitirlo para el entendimiento de toda civilización en la historia. Aquel que quiera revisar imparcialmente los textos que diversas comunidades han declarado sagrados y tomado como fundamento espiritual y moral, comprobará que más allá del contexto propio e individual de sus particulares circunstancias, conocimiento y desarrollo, las enseñanzas a los hombres de todas las eras convergen en un mismo mensaje positivo centrado en el amor; ese poderoso e incomprendido motor de la vida, cuyos conceptos están simplemente resumidos en una máxima que Kant quiso definir como el “Imperativo Categórico”, formulado por diversas tradiciones como el marco conceptual de su ideal de valores en estas frases:

Cristianismo: “Da a los otros el trato que esperas para ti mismo”.

Taoismo: “Considera la ganancia de tu vecino como tu propia ganancia y su pérdida como tu propia pérdida”.

Islamismo: “No le causes ofensa a nadie para que nadie quiera ofenderte”.

Budismo: “Poniéndose uno mismo en el lugar de otro, no lo agrederá ni le motivará a agredir”.

Judaismo: “Al extraño que mora contigo debes considerarlo tu huésped y amarlo como a ti mismo”.

Confucianismo: “No impongas a los otros lo que no escogerías para ti”.

Hinduismo: “Nunca debe hacerse a los demás lo que sería injuria para uno mismo”.

Indigenismo: “En tu corazón está la medida que debes ver en el de tu hermano”.

Algunos hombres en distintas épocas pusieron en práctica esta instrucción en la que se condensan los preceptos de convivencia para el progreso común, pero muchos no atinaron a establecer quién es nuestro hermano! ¿El hijo de mi padre? O ¿Quién el prójimo? ¿Aquel que comparte conmigo cotidianamente? ¿Quién nuestro semejante? ¿Esos pocos que se parecen a mí en sus costumbres y apariencia? Esto es lo que creemos hasta el día de hoy en que tenemos al género humano desmembrado en múltiples facetas irreconciliables que nos impiden involucrar al ámbito de referencia, más que a un reducido círculo de personas de cercana familiaridad. A los demás hay que combatirlos hasta su extinción porque sobre ésta ley se impone otra menos incómoda que requiere de menor esfuerzo: La supervivencia del más apto, entendida ésta aptitud no como la mayor capacidad del intelecto y la cultura, sino como la mayor cantidad de fuerza y poder que se impone sin escrúpulos para destacar en la sociedad competitiva que hemos construido, estableciendo la medida de nuestra importancia por la cantidad de riquezas materiales acumuladas, que siendo tan solo un signo de las pasiones más bajas del ser humano, se han convertido en el objetivo principal y por lo general, el único. Nos enseñaron a valorar mucho más el mapa del territorio que el territorio mismo desde una formación académica programada para concentrar nuestros esfuerzos en la obtención de una calificación en lugar del conocimiento.

Bajo estos conceptos, el prójimo puede reducirse al ámbito que nos convenga y así la humanidad seguirá su camino en la historia que ha estado escribiendo, en la que los siguientes capítulos serán previsiblemente una interminable cadena de contiendas por la prevalencia del “más apto”, ejemplificada como sigue…

La enorme desconfianza que ha alimentado occidente de su contraparte oriental y la que se han sembrado mutuamente en su incapacidad de reconocerse, exigirá “por seguridad” el exterminio de alguno y tras prolongada lucha, occidente impondrá su fuerza sobre oriente hasta desaparecer todo vestigio de su cultura y encaminar el mundo hacia sus propios ideales. Pero esto no podrá ser instaurado en tanto las naciones del tercer mundo accedan a someterse ante la amenaza de perecer, y la segunda opción se muestra más deseable para el opresor que la ve realizable, por lo que en un tiempo se conseguirá la unidad noroccidental capitalista a escala global, aunque todavía dividida por dos poderes equivalentes de carácter diferente que incrementarán su antagonismo.  Europa pretenderá hacer prevalecer su cultura ancestral sobre la barbarie norteamericana y en consecuencia prolongarán el estado de guerra internacional del que saldrá victorioso el más impío espíritu norteamericano y acto seguido, se reservará el derecho de repartir el territorio entre las diversas razas que por conveniencia no deben estar mezcladas, reafirmando la exclusión de las consideradas “inferiores” y más tarde, dando paso a las exigencias de la comunidad blanca para retener la exclusividad de existir y adjudicarse la totalidad del mundo.

Posteriormente la exigirán por nuevos motivos: No se tolerarán otras religiones distintas de la cristiana mayoritaria y sus seguidores serán extirpados de la sociedad. Tampoco habrá espacio para ideas políticas que difieran del capitalismo impulsor de los eventos que han permitido unificar y asegurar la sociedad de los más beneficiados, por lo cual será preciso alinearse en contra de los propios ideales o sufrir las consecuencias. Luego la tecnología será el principal motivo para prescindir de los menos afortunados, con lo que aumentará la desconfianza a causa del miedo, y el egoísmo imperante obligará inevitablemente a la eliminación de las castas de la base de la pirámide social.

Sin poder sacudirse de todos los motivos para crear la convivencia en razón del deseo de dominación, las ciudades competirán por su preponderancia y las corporaciones por la exclusividad del mercado, poniendo siempre en práctica la exterminación del adversario como el mejor recurso para conseguir la paz y con el círculo cada vez más reducido, aflorarán entre los supervivientes otros odios por las diferencias que la puedan perturbar. Para entonces, sólo unas pocas familias anglosajonas, cristianas y capitalistas compartirán el mundo que para ninguna será todavía suficientemente amplio y suponiendo reiteradamente una nueva conspiración, justificarán los ataques preventivos hacia cualquiera que no comparta las costumbres sociales o preferencias particulares más triviales, hasta el momento en que las rencillas afecten el reconocimiento familiar y el último hombre haya logrado quitar del medio a sus propios padres y hermanos, su esposa y sus hijos. En ese momento habrá por fin paz y el “Imperativo Categórico” será fácil de cumplir hasta el instante infalible en que el último hombre, aburrido y victorioso, decida atentar contra sí mismo.

El dios poder y dinero con su armamento de miedo, codicia, odio y envidia ha logrado alienar la mente de toda una sociedad durante largo tiempo, sumiendo en un sueño profundo de ignorancia y escasez el porvenir de la civilización humana, anquilosada en sus más bajos instintos, indiferente a las evidencias de un error que parece insalvable mientras exista para unos la posibilidad de controlar a los demás para su propio provecho o la suposición de que hay hombres que deben ser considerados inferiores.


¿Qué ocurriría si para atizar el atemperado clima social, un día se filtrara la evidencia incontestable de vida inteligente fuera de nuestro planeta? ¿Cuál sería nuestra reacción ante el descubrimiento, por ejemplo, de bases permanentes no humanas en algún lugar de nuestro propio sistema solar? ¿La imagen de un grupo de seres claramente distintos de la raza humana? ¿Qué pasaría entonces por la mente de los cómodamente dormidos habitantes de la tierra? ¿No sería esto una bofetada a nuestro razonamiento disociador?

Seguramente no tomaría mucho tiempo para que cada persona reconozca en cualquier otra su propia imagen, la considere su hermano y le conceda el valor real que merece. Se movilizarían las masas en ayuda de los infortunados y nacería una verdadera preocupación por el bienestar de cada persona y el de las generaciones futuras; por este hogar que es nuestro planeta y por comprender más y con urgencia las distintas naciones que hoy nos parecen tan extrañas. Esa chispa encendería una luz en nuestra mente que cambiaría nuestra escala de valores para siempre y nos impelería a aceptarnos en nuestra pluralidad como un solo ser de características únicas en conjunción con el planeta y toda forma de vida existente en él.

Sería de lamentar que algo así tenga que ocurrir para que el ser humano encuentre su verdadero lugar como especie en vez de conseguirlo mediante su propia inteligencia, generosidad y voluntad, con lo cual demostraría la grandeza que reclama. Sea como fuere, estamos avocados a nuestra propia extinción si insistimos en el predominio del egoísmo y la exclusión, negándonos a ver nuestra verdadera naturaleza holística y perpetuando el estado de postración en la humanidad; o en cambio, a tomar la oportunidad de trascender hacia un nivel de civilización sin precedentes, sustentados por los principios que se compendian en ese sencillo “Imperativo Categórico” que nos permitirá fortalecer los lazos humanos hasta esa frontera en la que, ante el siguiente peldaño de nuestro desarrollo, decidamos cobijar con el mismo concepto a otras civilizaciones que compartan con nosotros el objetivo evolutivo universal.