De las escalas

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Estando todavía en nuestros años de infancia recibimos por vez primera alguna información sobre el mundo de la ciencia en la que nos enteramos del lugar en donde estamos respecto al universo. Sin mucha emoción aprendemos que vivimos en un planeta que es como una esfera de gigantescas proporciones que se mueve de distintas maneras en un espacio infinito en compañía de otros cuerpos celestes que hacen cosas parecidas y que en su conjunto forman un sistema centralizado en el Sol, nuestra estrella. Desde entonces, cada vez que escuchamos el término “sistema solar” viene a nuestra mente una imagen de las muchas que hemos visto en los libros o recordamos el modelo tridimensional que permanecía suspendido en un rincón del salón de ciencias con las etiquetas adheridas en cada bola indicando el nombre de un planeta.

Pero a menos que hayamos seguido una carrera científica o que estemos muy interesados en la astronomía, lo más probable es que en la edad adulta tengamos una idea similar del lugar en que nos encontramos sin darle demasiada importancia porque pensamos que no es un asunto que aporte algo a nuestro diario vivir y evitamos reconocer que estamos directamente relacionados con nuestro planeta y que éste a su vez depende del sistema celeste que consideramos ajeno a nuestra zona de influencia. La perspectiva que tenemos del mundo se encuentra reducida a nuestro entorno activo y en consecuencia, también los conceptos que adoptamos para referenciarnos como individuos, los cuales no pueden estar bien dimensionados si no verificamos las reales proporciones del lugar en el que transcurre nuestra experiencia de vida. Si desconocemos nuestro origen erraremos la dirección de nuestro destino y de igual forma lo haremos si juzgamos equivocadamente el entorno en el que habitamos puesto que esto nos permite definir nuestro lugar en el mundo.

En lo que tiene que ver con el pequeño rincón del espacio universal que ocupamos, la escala de los modelos utilizados solamente representa una correlación física ya que no se puede construir una maqueta a escala del sistema solar por ejemplo, que sea práctica y a la vez real pues si lo hacemos con el sistema en su conjunto, no veremos los planetas y si vemos los planetas no veremos el sistema. Tal vez en el futuro se pueda usar un modelo holográfico que cambie su escala en relación con el punto de vista, pero mientras esto se haga realidad tendremos que confiar en nuestra imaginación y ayudarnos con algunas comparaciones que nos permitan acercarnos más a lo que necesitamos comprender para precisar los fundamentos sobre los que basamos nuestra existencia.

Hagamos entonces un ejercicio imaginario que nos revele la escala de nuestro sistema solar más allá del armazón que estaba sobre la mesa del laboratorio de física en el que un desfile de bolas del tamaño de naranjas y limones, ensartadas en aros de alambre se ordenaban circunscritas en la bola mayor, del tamaño de un melón. Saquemos de ese modelo la bola con la etiqueta “La Tierra” y usémosla de referencia aproximando los números:

Nuestro planeta tiene 12.800 kilómetros de diámetro y la bola que tenemos en la mano, que lo representa a una escala de 1/100’000.000 (Una cien millonésima parte de su tamaño real), mide 12,8 centímetros de diámetro, es como una toronja grande. La Luna tiene un diámetro de 3.500 km, que es como la cuarta parte del de la Tierra y a la misma escala sería como un limón pequeño de 3,5 cm de diámetro. Como la Luna gira alrededor de la Tierra a una distancia media de 380.000 km, este limón girará alrededor de la toronja a una distancia de 3,8 metros, o sea a cuatro pasos, como el ancho de una alcoba de un apartamento actual, no a los veinte centímetros que muestra el modelo del laboratorio del colegio que ya no queremos comparar. Pero complementemos un poco este dato: La masa de la toronja y el limón, percibidas por su peso al sostenerlas en la mano, están lejos de las que tienen, comparativamente hablando, los cuerpos celestes, así que para relacionarlas más precisamente sería apropiado cambiar las frutas por unas esferas macizas de acero y experimentar mentalmente lo que significa la fuerza de gravedad, capaz de mantenerlas en su estado de inercia a esa distancia durante un lapso que parece infinito en el que cada hora la pequeña se desplaza solamente 3,6 cm (su propio diámetro) y cada día 86 cm, alrededor de la grande.

Mientras tanto la esfera grande tampoco se ha quedado inmóvil pues cada hora está a más de un metro de su posición previa y cada día se ha movido casi 26 metros, la longitud de seis automóviles alineados, ya que para dar una vuelta alrededor del modelo a escala del Sol debe recorrer cerca de 9,5 km. El diámetro del Sol es de 1’400.000 km, ciento diez veces más que el de la Tierra, así que si colocamos ciento diez esferas de nuestro modelo de la Tierra en fila nos daremos una idea del tamaño del Sol en comparación, que sería de 14 metros, la altura de un edificio de 5 pisos.

Imaginemos que el conocido monumento a Los Héroes en Bogotá con su altura de cinco pisos lo convertimos en un balón del mismo tamaño y lo tomamos como el centro de nuestro modelo a escala 1/100’000.000 del sistema solar en el que ubicaremos los planetas a la distancia real. La autopista norte que inicia en ese lugar es frecuentemente recorrida por sus habitantes y fácilmente referenciada por los de otras ciudades del país para establecer la comparación de nuestro modelo imaginario. El planeta Mercurio que tiene 5.000 km de diámetro y orbita a una distancia de 58 millones de kilómetros del Sol, sería una esfera de 5 cm, sólo un poco más que la Luna y estará a una distancia de 580 metros de Los Héroes, o sea a seis cuadras, digamos en la calle 85, en el puente peatonal. Venus, con 12.000 km de diámetro, casi igual a la Tierra, gira alrededor del Sol a una distancia de 108 millones de kilómetros, casi el doble que Mercurio, así que nuestra esfera Venus de 12 cm la ubicamos a cinco cuadras más de distancia, en la calle 90, llegando al puente de la NQS y la esfera Tierra la llevamos hasta 1,5 km del monumento ya que nuestro planeta está a 150 millones de kilómetros de distancia del Sol, casi el triple que Mercurio, lo que sería pasando la calle 94 y el edificio de Compensar. Si nos detenemos un momento en ese lugar y miramos hacia Los Héroes imaginando que la visual hacia el balón Sol que es el monumento no está interrumpida por el puente, podremos comprobar que el tamaño en que lo vemos es similar al que vemos del Sol real.

Siguiendo nuestro recorrido por esta línea recta que es la autopista norte, tomamos una pelota de tenis de 6,8 cm de diámetro que representa a Marte y la colocamos en el puente de la calle 100 a 2,3 km del monumento ya que la órbita del planeta está a 228 millones de kilómetros del Sol, cuatro veces la distancia de la órbita de Mercurio. Curiosamente la distancia desde el Sol hasta Marte está dividida por las líneas imaginarias de las órbitas de los planetas interiores del sistema solar en cuatro partes de longitud equivalente, pero ésta no es la única proporción geométricamente “casual” que hay de las magnitudes espaciales; de lo ya mencionado podemos referir que el diámetro del Sol es como cien veces el de la Tierra y la distancia que los separa es como cien veces el diámetro del Sol.

En el sistema solar hay una órbita más externa que la de Marte de lo que se ha dado en llamar el cinturón de asteroides que limita la parte interior, con sus cuatro planetas rocosos, de la de los cuatro planetas exteriores de grandes atmósferas gaseosas además de Plutón, que aunque está considerado como un pseudo planeta todavía se entiende la parte más alejada de su órbita elíptica y descentrada como el límite del sistema solar hasta donde se calcula su tamaño. En esta parte exterior el sistema solar se expande potencialmente. Júpiter, que es el siguiente planeta en fila, está separado de Marte el doble de la distancia de la que Marte lo está del Sol, pues su órbita tiene un radio aproximado de 778 millones de kilómetros. En nuestra maqueta virtual tomamos un balón inflable de 1,43 metros, que puesto en el suelo nos llega a la altura del hombro y corresponde a los 143.000 km de diámetro del planeta, diez veces mayor que el de la tierra y diez veces menor que el del Sol, y lo ubicaremos a 7,8 km del monumento a Los Héroes, que sería como en la calle 161, la entrada principal del barrio Toberín. Si en ese sitio nos elevamos unos metros para evitar las interrupciones visuales y limpiamos mentalmente el aire para tratar de observar el monumento esférico y luminoso, alcanzaríamos a verlo del tamaño de una uva.

Luego está Saturno que con 120.000 km de diámetro lo representamos en otro balón inflable que al lado nuestro nos da por arriba del estómago y si lo adornamos con sus anillos ocuparía el espacio demarcado para dos estacionamientos vehiculares. El planeta Saturno está alejado de Júpiter tanto como éste lo está del Sol ya que lo orbita a una distancia de 1.430 millones de kilómetros, que traducido a la escala de nuestro ejemplo serían 14,3 km, ya fuera del casco urbano de la ciudad, en cercanías de la entrada a Guaymaral. Urano tiene 52.000 km de diámetro y en nuestro modelo a escala podemos usar el balón inflable con que juegan los niños en las piscinas. En este caso la línea recta de la autopista termina mucho antes que el lugar en donde deberíamos ubicarlo, porque Urano está a 2.870 millones de kilómetros del Sol, o sea que se separa de Saturno casi lo mismo que éste del Sol y que trasladado a la escala del modelo, que son 28,7 km, podemos ubicarlo en la población de Cajicá, prolongando el eje de referencia por la extensa planicie de la Sabana de Bogotá, pues en todo caso, estando tan alejados del lugar en el que está el monumento, no podemos verlo a simple vista a menos que, como sucede en la realidad, estuviera incandescente, y en ese caso podemos suponer que desde Urano el Sol se ve como una estrella del tamaño de una lenteja.

El diámetro de Neptuno es de 49.000 km, casi igual a Urano y su radio de giro alrededor del Sol es de 4.500 millones de kilómetros, esto es nuevamente, cerca del doble de la distancia que el planeta inmediatamente anterior, por lo que Urano está a similar distancia del Sol que de Neptuno, el cual representamos con otro balón de piscina y lo llevamos por la autopista central del norte a 45 km de Los Héroes en línea recta, que es un poco antes de la población de Sesquilé, ya en el área de influencia del embalse de Tominé. Desde ese punto emprendemos el último tramo del recorrido para localizar a Plutón en el modelo. A este planeta enano de 2.300 km de diámetro, una tercera parte más pequeño que la Luna, le corresponde a escala una canica de las grandes o una nuez. El plano de la órbita de Plutón no se encuentra en el mismo plano aproximado que conforman todos los planetas que le preceden, conocido como eclíptica, y la figura de su trayectoria es mucho más elíptica que la de ellos hasta el punto que cuando se encuentra más cercano al Sol se adelanta a la órbita de Neptuno aunque en su parte más alejada alcanza una distancia de 6.000 millones de kilómetros, que para nuestro ejemplo serían 60 km, así que siguiendo por la misma autopista central llegamos al embalse del Sisga que está a esa distancia en línea recta del monumento a Los Héroes.

Imaginemos esta pesada canica girando alrededor de ese monumento a semejante distancia a causa de la atracción que éste ejerce sobre ella. No cabe duda que es una energía muy poderosa y eso que entre las fuerzas que actúan en el universo es considerada como la más débil, pero alcanza para controlar este cuerpo celeste y otros más distantes como Eris que es un poco mayor que Plutón y orbita el Sol a una distancia de más de 10.000 millones de kilómetros. Desde Plutón el Sol debe verse como una estrella más, aunque de luz muy intensa y su circunvolución aún es tomada como referencia para determinar el diámetro del sistema solar que en este caso es de 12.000 millones de kilómetros, pero si tomamos un promedio entre las distancias de Plutón y Eris, podemos decir que el tamaño del sistema solar de nuestro modelo a una escala cien millones de veces menor, cuyo centro y Sol es el monumento de Los Héroes, situado en un punto central de la ciudad que también está geográficamente centrada en el departamento del cual es capital, es comparable a este departamento de Cundinamarca.

Si en nuestro ejercicio imaginario nos situamos en alguno de estos planetas e intentamos detectar visualmente cualquiera de los otros, constataremos que parecen inexistentes aún estando, como están en este ejercicio, a la menor distancia en su órbita respecto de los otros, y siendo así, ¿cómo se podrían detectar si se encontraran en una posición opuesta de su traslación alrededor del monumento? Parece imposible, excepto en el caso que durante una noche quitáramos la electricidad en toda la ciudad, y con ella a la ciudad misma para encontrar en las esferas más cercanas el reflejo de la única luz incandescente del balón Sol. Pero ya sabemos que aún así, desde la calle 94 donde está la esfera Tierra sólo veríamos a simple vista y con mucha atención, hasta el balón Saturno de Guaymaral.

La luz viaja a casi 300.000 km por segundo. Según esto, nunca vemos el Sol del momento presente sino el de hace 8 minutos, que es lo que tarda su luz en llegar a la Tierra. En Plutón se ve el Sol de cinco horas y media antes. A esa velocidad vertiginosa, la luz recorre el sistema solar de lado a lado en unas once horas, eso nos puede dar idea de las enormes distancias que hay entre los cuerpos celestes. Con estas proporciones, la suma de toda la materia comparada con el espacio “vacío” que la rodea es cercana al 0%.

El Sol de nuestro sistema solar es apenas una estrella entre al menos 200.000 millones calculadas en la galaxia de la Vía Láctea y la más cercana es Alfa Centauri, a 4,3 años luz de distancia, que traducido a nuestra maqueta a escala es como ubicar otro balón Sol de cinco pisos de alto a 430.000 km de distancia del monumento a Los Héroes, o sea más allá de la Luna (que está a 380.000 km de la tierra), así que la maqueta a escala de toda la galaxia ocuparía más espacio que el que ocupa realmente nuestro sistema solar porque su diámetro es del orden de 120.000 años luz, lo que quiere decir que si nuestro Sol está por los lados del borde del disco galáctico, su luz tardaría ciento veinte mil años en atravesarlo hasta el otro lado a la velocidad de trescientos mil kilómetros cada segundo (La luz recorre casi 10 millones de millones de kilómetros en un año). De locos, ¿no?

De tantas estrellas que hay en nuestra galaxia, las cuales deben ser centro de sus propios sistemas planetarios, se han logrado medir muchas con procedimientos físico-matemáticos que han revelado que nuestro Sol, tan gigantesco como es, se cataloga entre las estrellas de menor tamaño y que hay gran cantidad de ellas que incluso superan el diámetro del Sol miles de veces. Antares, por ejemplo, es mil veces más grande y está en el grupo de las medianas, según se ve en este video de 100 segundos:


Bueno, pero hay otro dato: En el universo conocido, que es como se le denomina a la porción que el hombre ha detectado, se ha calculado la existencia de unos 125.000 millones de galaxias, muchas de ellas con billones de estrellas. La galaxia más próxima a nuestra Vía Láctea es Andrómeda que está a 2,3 millones de años luz. Esto lo podemos traducir para darnos una idea de la distancia, que en el espacio que hay entre estas dos galaxias caben 23 más de igual tamaño. Las estrellas y sus sistemas planetarios conforman galaxias, éstas forman cúmulos que también se destacan separados de otros a enormes distancias; a su vez agrupaciones de cúmulos forman supercúmulos. El Supercúmulo Local, que es como se denomina al que contiene, con muchos otros, al Cúmulo Local en donde está la Vía Láctea, tiene un diámetro aproximado de 500 millones de años luz. Alrededor de la bóveda celeste están catalogados muchos supercúmulos que hacen suponer que podrían conformar otras agrupaciones mayores, esta bóveda celeste es el mapa esférico aparente que rodea nuestra esfera terrestre y representa al mencionado universo conocido que los astrofísicos suponen del tamaño de 1/1.000’000.000 una mil millonésima parte del universo teórico.

Reflexionando un poco sobre estas inconmensurables magnitudes que sobrepasan la concepción mental humana, se pueden inferir muchas cosas alrededor de la filosofía que sacuden las bases de los conceptos en que nos apoyamos para definir la vida. Al ampliar cada vez más la imagen física del universo hasta ver los tejidos estructurales que conforman la asociación de unos grupos dentro de otros formando cadenas y tramas de elegantes composiciones geométricas, aparecen repentinamente los modelos que reconocemos de las formaciones microscópicas de las células neuronales que componen el cerebro, o las cadenas entrelazadas del ADN involucradas en la construcción del cuerpo humano. Recordamos que las células son los ladrillos que constituyen el edificio físico y están presentes en todos los organismos existentes, que trabajan asociadas entre sí con un propósito evolutivo, en cantidades que se cuentan por miles de millones en cada cuerpo y que a pesar de su diminuto tamaño son una compleja formación de partes aún más diminutas como los polímeros que básicamente son macromoléculas, o sea formaciones de moléculas y que éstas a su vez se componen de átomos. Al penetrar en el espacio molecular aparece un universo de partículas que semejan galaxias en constante movimiento interdependiente, hay moléculas compuestas de uno o dos átomos y otras que pueden contener miles e incluso millones de ellos. En una sola gota de agua por ejemplo, puede haber mil trillones de átomos cuyo tamaño es del orden de -10.000.000.000 m. Para entender mejor su patrón de escala digamos que si un balón de basquetbol fuera del tamaño de la Tierra, sus átomos no serían más grandes que una bola de golf.

Y ya que logramos visualizar un átomo a este tamaño podemos penetrar en él para constatar que allí dentro también hay un micro sistema solar de características comparables al universal puesto que lo que más encontramos es espacio “vacío”. Las dimensiones de las partículas que hay en él son tan microscópicas que así como sucede en el espacio interestelar en donde el porcentaje de la materia comparado con el espacio que la rodea (que en realidad es la energía que sostiene a los cuerpos en su interacción) es casi cero, en los átomos ocurre algo semejante pues las partículas que lo componen, independientemente de su cantidad, están separadas entre sí por enormes distancias en comparación con su tamaño, inmersos en una energía que los mantiene agrupados pero separados (distintas clases de radiación subatómica que pueden ser algo así como su fuerza de gravitación miniaturizada aunque de potencia muy superior) y en permanente movimiento alrededor del núcleo que es la partícula más grande y que sólo mide 1/10.000 una diezmilésima parte del diámetro del átomo (-10.000.000.000.000 m). Si en nuestra maqueta a escala decidiéramos que el balón Sol de 15 metros de alto fuera más bien un átomo, su núcleo sería del tamaño de un grano de arena y las partículas que lo orbitan, como los electrones, casi invisibles a simple vista.

Los electrones no son las únicas partículas que orbitan el núcleo del átomo pero son las más conocidas de este pequeño universo en el que ninguna de ellas ha podido ser vista sino apenas detectadas en complejos experimentos de laboratorio. Por ellos se sabe que un átomo puede tener varias decenas de electrones girando en capas alrededor del núcleo, o mejor dicho en órbitas geométricas a la manera de planetas en el sistema solar. La dificultad para detectar la ubicación de estas partículas ha dirigido la atención científica hacia el núcleo del átomo en el intento de descubrir los elementos que lo conforman, ya que después de todo en él se concentra el 99% de la masa atómica, encontrando que éste es una fusión de protones y neutrones en intensa actividad energética que están compuestos de partículas aún más pequeñas llamadas mesones las cuales son formadas por otras llamadas quarks, que por ser las más pequeñas conocidas se han dado en llamar la materia prima del universo.

Sí, pero hace apenas un par de siglos se creía que el átomo era la materia prima de todo lo existente y tampoco se tenía indicio de la existencia de las galaxias ya que no se podían distinguir de las estrellas. ¿Cómo podemos suponer que haya algún límite en el tamaño de la materia sólo porque nuestra mente no tiene la capacidad de concebir un concepto en el cual sea posible adentrarse cada vez en las partículas para encontrar otras más pequeñas sin fin, teniendo en cuenta que “algo” siempre debe componerse de “algo” que tenga alguna dimensión, y por pequeña que sea, tendrá bordes opuestos susceptibles de ser medidos? Igualmente nos empeñamos en concretar un recipiente que contenga el universo porque nuestro intelecto no admite la posibilidad que el universo sea un espacio ilimitado en el que cada vez la reunión de la materia forme nuevos cuerpos sin fin, como se evidencia a partir de los más minúsculos que conocemos, aún prefiriendo buscar una respuesta al más complicado concepto de ¿qué habría más allá del borde del universo si no es espacio? Los científicos siguen descubriendo más y más componentes en la materia y aún así parecen muy renuentes a considerar que nuestro conocimiento es demasiado limitado como para lanzar afirmaciones concluyentes, sin embargo en la era moderna, al menos en lo que concierne a la macro ciencia, no les ha quedado más remedio que ablandarse un poco de su sistemática arrogancia ante la evidencia de nuestra insignificante situación en este inconmensurable universo que nos enseña que lejos de lo que consciente o inconscientemente creamos, no somos el centro del universo ni los seres exclusivos que imaginamos y que si nuestro planeta con toda la humanidad en toda su historia se esfumara de la existencia o nunca hubiera existido, nada cambiaría en el devenir universal. Da igual que estemos o no, nosotros dependemos del mundo pero el mundo no nos necesita a nosotros.

Infinito interior

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                  Mira      mírame con rostro circunspecto y déjame ver quién eres

esto tomará unos pocos segundos y será posible verlo porque desde tu infinito interior proviene la luz que te identifica

tus ojos son la ventana de tu ser… claro que lo que está afuera también es expresión de esa luz proyectada, pero revela poco de ti comparado con todo lo que dices a través de tus ojos y lo que los enmarca


 

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En esta presentación fotográfica hay 24 imágenes con dos personas contrastadas que durante diez segundos nos permitirán hurgar en su interior.

En todas las fotos las personas del mismo lado se corresponden en su talante y proyectan una sensación similar que el subconsciente interpreta de forma positiva o negativa. Si se observan bien, ninguna nos dejará indiferentes.

Es más, al hacerlo, nuestra expresión facial adopta su semblante, las pupilas se dilatan con los rostros que agradan e incluso nos invade una grata sensación, en cambio se contraen con los rostros que no nos inspiran empatía.

Unos expresan la bondad y transparencia de su alma, nos miran desde su afecto impregnado de altruismo y nos hacen sospechar que independientemente de su condición, no han perdido la humildad y seguramente tampoco su contacto espiritual.

Otros aparentemente nos miran, pero en realidad sólo se ven a ellos mismos; en diez segundos no podemos ubicar el lugar donde debería estar su amor porque tampoco lo manifiestan hacia adentro; probablemente su mirada es la misma frente a una cámara que frente a un espejo.

Unos parecen identificarse con la vida y transmiten su paz, otros se ven demasiado cómodos en el mundo que les ha donado su arrogancia.

Unos y otros son la consecuencia de sus circunstancias particulares y quizás de un plan superior que los necesita a ambos, así contrastados, para poder ver… luego de comparar y pensar.

En esta serie de fotos no es casualidad que haya más mujeres de un lado y del otro más hombres, como tampoco que el ambiente bucólico favorece un carácter y el urbano, otro.

Tampoco es casual que todos los niños estén del mismo lado, puesto que en el mundo es casi imposible hallar uno que al mirarlo, nos impida advertir que nuestra luz interior ha estado allí antes que nosotros.

Y que permanecerá por lo menos en la memoria de los que la contemplaron.

De la casa y el árbol

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La casa y el árbol pueden representar de forma simple los dos opuestos complementarios que forman parte de la vida en sus múltiples facetas, el yin y el yang… luz/oscuridad, absoluto/relativo, interior/exterior, silencio/ruido, calor/frío, concreto/abstracto… el sistema binario, la simbiosis por la que se juntan e interrelacionan como una imagen contextual del mundo y sus propiedades, de todo lo que infunde en el hombre lo material y lo espiritual; es la imagen de la totalidad, de la felicidad completa.



La casa:

Es el espacio humano básico, el hogar, simboliza a la madre y la matriz porque es la mujer su gestora natural y el primer lugar que habita cada individuo, el cual durante sus primeros años aprende a relacionarlas conjuntamente creando una imagen en la que la madre y la casa son el universo primario del que provienen las primeras experiencias del aprendizaje de la vida, vertiendo un torrente de información en el subconsciente como base de su personalidad, por lo que es la casa el lugar íntimo y privado que propicia la introspección y la reflexión, el espacio que concentra los bienes esenciales, el bienestar, el poder de integración de los pensamientos, los recuerdos y los sueños.

Sin este concepto maternal no se puede considerar la casa como el lugar que proporciona el necesario recogimiento de las personas ya que no es el objeto físico lo que llamamos hogar, pues no es posible considerar cualquier casa de esta forma sino sólo la que hemos hecho parte integral de nosotros mismos, a la que le conferimos la condición de refugio, la que nos brinda total libertad y sentido de pertenencia, esa que es nuestra propiedad y por ello nos permite la mayor sensación de seguridad, complementada por el hecho de ser conocida y racionalmente abarcable.

La casa es la certeza en cuanto sus cimientos le dan la estabilidad y la conexión con la tierra que transmite a quienes la habitan, aunque su aspecto relativo prevalece en su conformación interior, comparable al subconsciente, en donde los espacios habitables e iluminados están dispuestos convenientemente al igual que los rincones ocultos y poco transitados, el mobiliario se ha escogido y ordenado para enfatizar su carácter, las ventanas se han situado y dimensionado para controlar la entrada de luz y ruido y todo ello se mantiene con algún grado de aseo que en su conjunto acentúan las cualidades que le proveen al hombre su identidad y autorreconocimiento, a partir de las cuales establece su lugar en el mundo y se proyecta hacia él.

En el hombre contemporáneo se han incrementado las cualidades de la casa como parte de esta identidad propia porque es el entorno más inmediato y frecuente que le influye espontáneamente y así mismo, contribuye en la construcción consciente de sus rasgos materiales siendo la representación física de su deseo fundamental. La casa se interpreta de manera prosaica a través de su estructura de sólida geometría; la plomada evidencia su equilibrio estático, la escuadra su rigidez ortogonal, aun así es el objeto tangible que debemos conseguir y podemos modificar como referente de nuestra actividad y proceso en la vida, del logro individual; la pertenencia dependiente por completo de nuestra acción sobre ella que la conduce al progreso o a la entropía.

Más allá de la estancia, la casa está llena de significados puesto que es el elemento vital del ser humano, la extensión del yo, nuestro rincón en el mundo, el ámbito en el que practicamos los primeros conocimientos y desplegamos nuestro intelecto, el sitio en que creamos y compartimos el núcleo familiar y plantamos la semilla del hombre futuro. El hogar es el principal apoyo de nuestra evolución, el germen de los sueños, el símbolo de nuestra unión conyugal y la simbiosis con el exterior. Es la imagen del amor pasional y romántico, la escuela de fraternidad, la noción de la creatividad humana…

El árbol:

En él se encuentra resumida la naturaleza, que respecto del conglomerado humano es el espacio exterior, inconmensurable, del mundo dominado por los elementos que aportan su poder y facultad para fertilizar la simiente que el árbol produce, en un procedimiento equiparable al masculino, ya que su responsabilidad reproductiva culmina al momento en que ésta es expulsada en excedentes cantidades, pues sólo unas pocas podrán generar nueva vida, permaneciendo abstraído en su natural autosuficiencia aunque involucrado activamente en el ambiente disperso donde se arraiga firmemente, penetrando en la tierra por recíproco beneficio y reafirmándolo como símbolo paterno.

El árbol no está estático. Asentado en el terreno extiende sus ramas en dirección al cielo solicitando sus bendiciones de agua y luz e intentando conectar la tierra con el universo inabarcable que le ha compartido su paciencia, con la cual ha conseguido una estampa etérea y perenne que parece transmitir la sabiduría del mundo expresada en la gracia y belleza natural de su configuración orgánica en continuo crecimiento imperceptible, formando una estructura estable pero flexible que se adapta a las condiciones de la atmósfera que le afecta e interactúa con ellas evidenciando la presencia de la vida en constante transformación, como lo es en la totalidad del mundo que representa.

La imagen que el árbol proyecta trasciende las fronteras de lo físico y por tanto hace referencia a lo inmaterial, el estado intangible de los seres vivos que es el plano espiritual, confiriéndole una posición destacada como objeto de inspiración para el hombre, quien a través de él y de todas las manifestaciones de la naturaleza, percibe la existencia de una inteligencia superior de la que hace parte al igual que el mundo físico que le rodea, el cual le infunde una sensación de inseguridad, de vértigo por su vastedad y magnificencia inconcebibles, a las que profesa una gran admiración basada en la incertidumbre.

El entorno natural en el que está implicado el árbol conformando una unidad, le provee al ser humano en abundancia con todos sus bienes, por lo que aquel es para éste el espacio vital e imprescindible que le permite su existencia y al cual se ve subordinado. Aquí encuentra los medios para desarrollarse en comunidad ya que está en el lugar destinado a la colectividad que lo trabaja para su progreso y evolución; aquí también se acerca al prójimo con ánimo extrovertido participando de las múltiples facetas que esta interacción involucra en útil y provechoso intercambio material e intelectual, alimentando su psicología y predisponiéndole a la acción, que es para lo que el ambiente exterior se presta naturalmente, asociándolo con el estado de realización consciente.

Aunque aparentemente aislado en su hábitat, el árbol participa en él con un vínculo interdependiente que excluye para su existencia la labor humana, por esto su valor intrínseco supera al material y caracteriza al espacio exterior. El hombre en su actividad va transformando este espacio y construyendo la sociedad del futuro acercándose cada vez más a los parámetros que el mismo medio le impone, como una alta valoración de la dignidad humana, el respeto incondicional por el mundo, el interés por el crecimiento común, el amor social fraterno, la unión con Dios.

La casa y el árbol

La imagen que comprende esta dualidad está instalada profusamente en la mente del hombre y en el mundo que habita; casi no existe una casa que no comparta su situación con algún árbol ya que son mutuamente incluyentes para el bienestar físico y psíquico del hombre. Causa desasosiego la visión de una casa en medio de una pradera sin árboles así como la de unos pocos árboles en lugares muy apartados, si no hay presencia humana en ellos, la casa se deteriorará pero el árbol se expandirá; ella ha sido construida por el hombre y lo necesita, la naturaleza no. En la casa el ser humano es señor y dispone de la medida de su tiempo, pero en la naturaleza es siervo, imposibilitado de intervenir en el transcurso de los eventos universales. Expectante el hombre ante la infinitud exterior y su dimensión temporal, se ve abocado a experimentar el silencio que proviene de su magnitud, el cual está inspirado desde afuera, en contraste con el silencio que se instala a veces en el interior de la casa, al que se entrega en una experiencia que proviene de la inmensidad de su ser íntimo.

Este contraste permanente es un motor del intelecto y está presente en cada hecho y circunstancia. La imagen de la casa (interior) y el árbol (exterior) se fortalecen al intensificarse sus condiciones propias y su definición está condicionada por el opuesto relativo: la casa es tibia porque afuera hace frío, es fresca porque afuera hace calor. El concepto de espacio interior se refuerza porque hay un espacio exterior. La imagen de la casa supone la introspección, el hombre está contenido, reflexiona; fuera de ella está disperso y actúa, cuanto más encerrado está un hombre en la casa, más fuerte se expande al salir de ella.

Un árbol al lado de una casa son un contraste evidente, como una buena poesía al lado de una buena prosa, también se complementan y enriquecen. Un árbol sembrado en el patio hace parte de la casa, pero también lo es al observarlo a través de la ventana aunque no haga parte de la misma propiedad. De otro lado, la casa hace parte del entorno que representa el árbol ya que es parte del mundo y a él le debe su existencia. El árbol la ha provisto con su madera y su fruto, ha contribuido con su calor… en cierta forma, la casa también es el árbol transformado y éste, también un hogar, la casa de las aves. Para un ave, el árbol es el vestíbulo del nido, y el nido como la casa, representan la confianza hacia la vida, son un acto de fe en el mundo.


El ser humano vive para tener una casa bien provista, mantenerla y extenderla, ese es nuestro primer símbolo del bienestar, pero también busca complementar este bienestar con otras experiencias que están en el entorno, ese es nuestro símbolo de la felicidad completa. Con frecuencia olvidamos que la felicidad completa no está totalmente bajo nuestro control ya que la casa en la que somos señores, está condicionada al árbol. Nos empeñamos en condicionar el árbol a nuestra casa olvidando también que ante nuestra ausencia, ella entrará en un proceso de entropía y el entorno la adoptará.


Estamos inmersos en un ambiente simbiótico que implica reciprocidad y esta idea aún no se nos acomoda porque seguimos buscando el lado en donde podremos sólo recibir, ignorando que el universo funciona bajo leyes cíclicas de las que no estamos exentos. A veces nos parece lógica esta actitud porque en nuestra pequeñez, estimamos inagotables los recursos que provienen de un hábitat desmesurado que sin duda está allí para nuestro provecho y no a la inversa. Los tiempos modernos exigen del hombre que supere y trascienda esta idea y que considere preservar además de la casa, al árbol.